Manuelita no recuerda cómo llegó a casa de su abuelo, pero allí
estaba junto a él, en el viejo taller que estaba en el jardín, escuchando sus
extrañas historias sobre África. El viejo había vivido en éste continente con
diversas tribus cuando era joven, se notaba que el sol lo había maltratado en
esta época, pues tenía la piel tostada. Con ellos aprendió todo lo relacionado
con el vudú: aprendió a construir estos muñecos que encierran la efigie de un
ser humano, éste queda reducido a un juguete de trapo y a merced de las
manipulaciones de su creador; el viejo tenía ejemplares exhibidos por toda la
casa, cada uno tenía un nombre. Manuelita solo reconoció uno, el de su abuela
Martina.
Desde pequeña, su abuelo le decía que cuando tuviera edad
suficiente le enseñaría a construirlos. Ella siempre tuvo grandes ilusiones de
aprender esa extraña práctica. Sabía que esto requería de una gran
responsabilidad y que debía ser discreta con el secreto de su abuelo, pues el
gran poder que encerraban estos muñecos era inigualable, pero no lograba
comprender por qué un muñeco tenía el nombre de su abuela.
Por eso estaba ese día con su abuelo en el taller, había llegado
el gran día de Manuelita. Una tenue luz iluminaba el lugar. Llovía a cántaros y
las gotas golpeaban fuertemente contra las ventanas. Había un denso olor a
cigarrillo y a café que se combinaba con un extraño olor a tierra y a orines.
Era media noche, Manuelita estaba un poco asustada y todo le parecía un poco
fantasmagórico.
-
Abuelo, ¿por qué uno de tus
muñecos tiene el nombre de la abuela Martina?
-
Manuelita querida, los muñecos
también pueden controlar psicológicamente a una persona y por la salud mental
de tu abuela tuve que hacerlo. – le respondió dulcemente.
Manuelita guardó silencio, estaba pasmada. Controlar
psicológicamente a alguien ya era demasiado. Ella estaba convencida que la
libertad de una persona residía totalmente en su mente, en sus pensamientos. Lo
que le decía su abuelo la abalanzaba a una profunda reflexión. ¿Dónde reside
entonces la libertad humana, si existen prácticas que pueden persuadir los pensamientos
de una persona?
El elemento crucial es tierra de cementerio, Manuelita querida. Debes
mojar la tierra con tus propios orines, si no son los tuyos, no funcionará.
Cuando la tierra y los orines sean una masa homogénea, deberás empezar a darle
una forma humana, moldea cada elemento del cuerpo, manos, pies, brazos, y luego
junta cada parte. Cuando la forma esté terminada, recubre la masa con retazos
de ropa de esa persona, busca que todo encaje perfectamente. Debes sentirte
como Dios, pero no como un Dios soberbio. Busca la perfección de tu obra como
los grandes artistas, por que un artista es una especie de Dios que crea sus
obras y busca la inspiración desde lo más profundo de su ser. Así mismo debes
ser tú, reinventa a esa persona y constrúyela a pesar que esté formada con
tierra de cementerio.
Para que se conviertan en tus marionetas debes escribir su nombre
en la parte de atrás y luego sumergirlos en una piscina de sangre, debe ser tu
propia sangre. Déjalo secar al sol y tu obra maestra estará lista.
Después de algunos años y de haber construido infinidad de
muñecos, Manuelita había perfeccionado su técnica y había sometido a algunas
almas inocentes para practicar: una aguja clavada en los pies del muñeco para
causar leves pero molestos dolores. Una aguja clavada en lo que correspondía al
corazón y en la cabeza mientras le hablaba al oído del muñeco para controlar
las pasiones y los pensamientos. Tres agujas clavadas en los brazos y pies para
causar graves dolores. Diez agujas clavadas en todo el grupo para causar
brutales torturas.
Finalmente, había aprendido todo lo que su abuelo le pudo enseñar,
incluso, era mejor construyendo los muñecos y ningún sometido podía escapar de
los deseos de Manuelita. Ella era capaz de doblegar la voluntad de quien
quisiera, nadie se le escapaba. Sin embargo, todas sus víctimas en la época de
aprendizaje fueron simples juegos, nunca se tomó en serio el propósito, ni
buscó un objetivo definido, no había escogido a nadie con el deseo de hacerlo
suyo, simplemente buscaba fines didácticos y de poca relevancia.
¿Quién será la primera víctima doblegada por toda la fuerza
psicológica y física de los muñecos de Manuelita?
Ella estuvo enamorada toda la vida de un muchacho que vivía cerca
de su casa, Manuelita siempre lo miraba por la ventana de su habitación
escondida entre las cortinas, o se ocultaba detrás de los árboles del parque,
mientras el muchacho conversaba con sus amigos sentado en una banca de madera.
Esa sería la primera víctima de Manuelita, quería tener el amor de
ese muchacho, eso justificaba el acto macabro de controlar la mente de alguien,
y es que para Manuelita, el amor estaba por encima de todas las cosas, incluso
del sometimiento. Eso lo aprendió de su abuelo, que había sometido a la abuela
Martina.
Manuelita hizo toda la parafernalia de los muñecos vudú. Cuando
finalizó la construcción, clavó una aguja en el corazón y otra en la cabeza,
como su abuelo le había enseñado. Le susurró al oído: joven apuesto, amarás
hasta el cansancio a Manuelita Arcaidi. Y los efectos no se hicieron esperar.
En un abrir y cerrar de ojos, el muchacho estaba en la puerta de su casa
llevándole flores, regalándole deliciosos pasteles, declamando los poemas más
hermosos y rasgando armoniosas melodías de amor en su guitarra.
Manuelita y el muchacho se casaron, viajaron por todo el mundo y
se amaron hasta el cansancio, como ella lo había premeditado.
Un día, el joven se había ido a cumplir una cita de trabajo.
Manuelita se había quedado sola en casa, cortando flores para decorarla y
preparando un delicioso pastel de limón para cuando su amado llegara. Pero notó
que en el jardín una porción de tierra era diferente, la hierba crecía de
manera desigual, alguien estaba cavando huecos en su jardín. Ella cavó con una
pala y se dio cuenta que había encontrado algo duro, algo que no se dejaba penetrar,
era un extraño cofre. Lo desenterró cuidadosamente y lo llevó adentro. Al
abrirlo, encontró algo horroroso, era una muñeca y en la espalda decía:
Manuelita Arcaidi.