jueves, 24 de abril de 2014

Libros XI - Demasiada felicidad


Los personajes femeninos de Alice Munro en su obra ‘Demasiada Felicidad’
Culturalmente se tiene la infundada concepción que las mujeres son más débiles que el hombre, tanto física como psicológicamente, y por ende tienen menos derechos o libertades que él. Según la Biblia, y algunos dirán que es una metáfora, Dios sacó a la mujer de una costilla de hombre, por lo cual debe estar subordinada a él; permaneciendo en el hogar, educando a los hijos y atendiendo a su marido. (Si en efecto es una metáfora, cabe la pena resaltar que ha permeado profundamente en nuestras sociedades.) Incluso existe el paradigma que es peor el adulterio en la mujer que en el hombre. Como decía Jaime Garzón: “Si un hombre está con muchas mujeres es el ‘putas’, pero si una mujer está con muchos hombres es una puta.”.
En un pasaje de Ezequiel en la Biblia se augura el siguiente castigo para dos prostitutas:

“Beberás de la misma copa que tu hermana, una copa grande, ancha y profunda, llena de burla y desprecio, llena de ruina y destrucción. Es la copa que tu hermana Samaria, con la que quedarás borracha y dolorida. La beberás hasta el fondo y luego la harás pedazos y te desgarrarás los pechos. Yo, el señor, he hablado; yo he dado mi palabra.” [1]

Incluso la misma literatura ha adoptado una actitud misógina contra la mujer:

Puto es el hombre que de putas fía,/
y puto el que sus gustos apetece;/
puto es el estipendio que se ofrece/
en pago de su puta compañía.” Desengaño de las mujeres. Quevedo. [2]

Por otro lado, y trasladándose a un contexto más actual, se puede percibir cómo aún la mujer tiene algunas trabas para acceder a diferentes ámbitos de la vida social. Se dice que la dirección de las grandes multinacionales, en promedio, lo ocupan en su mayoría hombres. Un país como Colombia, a pesar de tener más de 200 años de independencia, no ha tenido mujeres presidentas, las cuáles sólo tuvieron derecho al voto en 1954 y en el resto del mundo a finales del siglo XIX y parte de la primera del siglo XX. Incluso, sólo pudieron acceder a las universidades hace relativamente poco. Sin embargo, las mujeres empezaron a luchar por sus derechos a la par que el hombre: Olympe de Gouges, parafraseando la Declaración de los derechos del hombre, escribió en 1791 lo que sería el primer documento histórico de la emancipación de la mujer, la cual buscaba la igualdad jurídica entre hombres y mujeres. [3]

En el siglo XX, han surgido muchas líderes y filósofas en pro del feminismo y de la reivindicación de las mujeres en la sociedad. A partir de los años 60, e impulsado por el movimiento “hippie”, también se buscó la incursión del anticonceptivo y del aborto con el fin de que las mujeres pudieran decidir sobre su cuerpo, según argumentos que esgrimían.
Desde la literatura algunas mujeres han escrito numerosos textos que buscan realzar su imagen frente a los hombres. Esto escribía Sor Juana Inés de la Cruz en su poema Redondillas:
“Hombres necios que acusáis
a la mujer sin razón,
sin ver que sois la ocasión
de lo mismo que culpáis:

si con ansia sin igual
solicitáis su desdén,
¿por qué queréis que obren bien
si las incitáis al mal?” [4]

En el caso de este ensayo, Alice Munro, escritora canadiense a quien se le otorgó el Premio Nobel de Literatura en el 2013, y quienes muchos consideran como la ‘Chejov’ contemporánea, se ha caracterizado por escribir libros donde la mayoría de sus personajes son mujeres. Uno de sus más reconocidos libros, y que toca la temática anteriormente planteada, es Demasiada Felicidad, un libro de 10 cuentos en el cual los personajes principales son mujeres.
Munro apuntaba lo siguiente en una entrevista con Lisa Dicler Awano  :

“Alice Munro commented on charac-terization in her short stories by saying: "[T]he whole mother-daughter relationship interests me a great deal. It probably obsesses me. The way fathers obsess some male writers" (Interview [Hancock] 215). Making that observation on the eve of the publication of The Moons of Jupiter (1982), a short-story collection whose treatment of female experience is frequently cen-tered in mother-daughter relationships, Munro acknowledged her personal investment in one of the most fundamental psychoana-lytic narratives of subjectivity-the loss of the mother and the nec-essary repudiation of that loss.” [5]

El contexto histórico del libro está situado a mediados del siglo XX, cuando las mujeres ya podían trabajar, divorciarse e incluso estudiar. Es el caso de Nina, el personaje de El filo de Wenlock, la cual era una campesina que se va a estudiar filosofía en una universidad de la ciudad, se encuentra con compañeras vanidosas y que incluso abandonan sus carreras por vivir aventuras con hombres.
La estructura narrativa del texto busca dimensionar desde todas las perspectivas a la mujer, en esencia todos los aspectos de cómo ella ve la existencia; la atmósfera que el lector vive y siente. De hecho es posible percibir el dolor de los personajes, los vestigios de su pasado e incluso el desprecio de los hombres.
En un artículo de Amelia DeFalco se resalta que las mujeres tienen una capacidad para contar historias:

“I read somewhere that folklore was thought to be women's form of storytelling.
I think that's true, that women who were not taken seriously, even after women learned to write, and could write, perhaps were still telling stories. You know, women spend a lot of time together, or they used to. And I can remember things that you did together when you had huge suppers to feed the men. The men would be working in the fields, and when they came in—this is in my childhood—you would serve them an enormous meal. There was great pride amongst the women in how big and wonderful the meal was, and then afterwards you had these mounds of dishes to wash. And all this time, you're talking to each other. It's very important. But of course that is all gone now. That is an old way—a rural way—and I don't know if women still talk like this or not. Do women talk to each other? Are they encouraged to or not? But wherever women get together, I think there's an urge to tell stories, and there's an urge to say to each other, "Why do you think this happened?" "Wasn't this a strange thing to say?" or, "What does this mean?" Women have a tendency maybe to try to interpret life verbally. Whereas a lot of men I know, or used to know, didn't have this urge. They felt it better to go ahead and deal with what you were dealt and maybe not wonder too much about it.”[6]

Este es el caso de el cuento Dimensiones, el cual narra la historia de una mujer que su esposo asesina a sus 3 hijos por una enfermedad mental que padece. En el transcurso de la historia se va develando el asesinato y al final uno sabe que ella lo visita en un hospital mental. La protagonista nunca expresa palabras de odio hacia su esposo, y aún se sigue conmoviendo con las palabras que él expresa. Una historia como esta haría odiar a un hombre así. Sin embargo, es tanta la verosimilitud de la escritura, que uno siente al personaje y termina comprendiendo las visitas que le hace a su marido, y avalando el amor.
Munro no hace que sus personajes mujeres sean mártires ni marginadas. Por el contrario, las hace quedar como heroínas, que aman por encima de todas las cosas, padeciendo la indiferencia de los hombres y demostrando mayor valentía, tenacidad y fuerza que ellos mismos. Estas mujeres son excepcionales, como la misma prosa y creatividad de Munro. Qué bueno sería que surgieran más y más mujeres en todos los ámbitos artísticos





martes, 22 de abril de 2014

El hombre del piano.

El piano sonaba melodiosamente en la colina más alta de un pueblo. Un bello lamento se deslizaba por el aire hasta llegar a los oídos de quiénes se aproximaban a la mansión; un sonido armonioso que se había escuchado en el los habitantes durante meses y que cobró fama de prodigio extendiéndose por el valle y llegando a oídos de pueblos vecinos que no se explicaban la razón de ello. El producto de sus notas era desconocido para aquellos curiosos que se derretían en placer al ser testigos de tan agradable música y solo se podían limitar a deleitarse con la virtuosidad del músico que daba vida al piano.

El hombre tocaba y tocaba y sus dedos no parecían entumirse. Día y noche, las teclas retumbaban por las paredes mientras el cálido sol se asomaba cada mañana en el horizonte y daba la bienvenida a la penumbrosa media luna que salía acurrucada en un mantel de estrellas. Era bello.

“¿Qué será lo que inspira a tal hombre a tocar sin detenerse?, ¿Comerá? O ¿Acaso tendrá el pelo hasta las rodillas, y las uñas de 3 metros?” Eran pensamientos vagos e ingenuos de los pueblerinos que mitificaban la permanente estadía del hombre en su mansión, aún amenizados por sus hermosas notas flotantes.

Las tardes eran más encantadoras al son de su música. Aquellas en que las personas se sentaban en la plaza a tomar un café, mientras conversan prudentemente se hacían más emotivas, más dramáticas e impulsadas a tomar un rumbo alegre y carente de agresiones. Era su música lo que convertía a los pueblerinos en gatos dóciles, sonrientes y perezosos.

Pero más allá de las puertas por las que las notas escapaban, a través de un vestíbulo que daba salida a un gran comedor donde había puesto para al menos 20 personas, siguiendo por unas espaciosas escaleras, en la habitación del fondo a mano derecha de la mansión, se encontraba sentado en el banco un hombre que tocaba el piano, que emitía un lamento bello con un corte espectral día y noche sin parar, intentando devolverle con sus notas la vida al cadáver de su amada mujer que yacía en la cola del piano, pálida y con los ojos en blanco.

domingo, 20 de abril de 2014

Instrucciones para luchar.

Quizás han visto aquellas personas que se meten en una jaula y luchan entre ellas para que uno de los dos salga con la mano en alto, mientras que todos alegan que para ello se trata sencillamente de tirar golpes al azar, pero en realidad, va más allá de eso, pues no se trata de azar, sino de dedicación, perseverancia y paciencia. El trabajo tras esa jaula es casi inhumano, las lágrimas son incontrolables, el dolor no cesa, pero los frutos son la satisfacción en vida que aniquila todo mal pensamiento durante el entrenamiento.

Para luchar se necesita resistencia que mantenga la presión sobre un oponente que busca, igualmente, la victoria. Se necesita fuerza, que no queden dudas en cada golpe que aterriza con brutalidad en el oponente. Técnica, sin ella, la fuerza se pierde en cuestión de segundos, la resistencia cede y nos provoca una hiperventilación atroz que nos adormece. Corazón, pues no siempre saldrá todo como se espera, y quizás todo falle, quizás no haya técnica, fuerza ni resistencia, pero con una gran fuerza de voluntad, se levanta al caer. Y por último pero no menos importante, respeto, al adversario se le ha de respetar en cada minuto del combate, él ha pasado por el mismo infierno físico para estar en el mismo lugar luchando, porque se sacrifica todo por la victoria y por ello, merece respeto en todo momento, tanto en la victoria, como en la derrota, pues es un guerrero más que luchó por su deseo.


No es lanzar golpes a manera de rabietas infantiles y salvajes, es prepararse física y mentalmente para enfrentarse a los miedos que uno mismo tiene en la mente y que acechan cada día.

jueves, 17 de abril de 2014

26 de abril

Mientras Kalyna juega con sus amigos en el parque, Fedir, su padre, se sienta en una silla cercana a leer la prensa del día de hoy. Es 25 de abril y aún no sabe qué dar a su hija para su cumpleaños al día siguiente.

Pertenecen a una familia acomodada, aunque de vez en cuando, tenían dificultades económicas que ponían a Fedir en estados de estrés un tanto elevados, y hasta en depresión. A pesar de esto, nunca mostró una lágrima a su hija, sino sus blancos dientes en señal de sonrisa y tranquilidad, cualidad que Kalyna heredó de su padre.

Después de una hora, Fedir y Kalyna vuelven caminando juntos a casa, tomados de la mano, mientras Kalyna infantilmente da saltitos de alegría porque se avecina su cumpleaños número 7. Mira a su padre y le pregunta qué será su regalo. Su padre se estremece, pero sonríe y le dice que será una sorpresa.

Kalyna era más cercana a su padre que a su madre, a pesar de verlo poco en el día debido a su trabajo de vigilante diurno, pero había heredado la hospitalidad que de su madre y que los Ucranianos acostumbraban a tener en sus características, además de su nobleza y optimismo.

Al llegar a casa, la madre de Kalyna la recibe con un pequeño postre como abrebocas para su cumpleaños. Su cubierta era rosa y tenía una pequeña vela con el número 7 encima. Ella sonríe y abraza a sus padres, mientras los llena de besos. A pesar de su corta edad, Kalyna sabe la dificultad que deben pasar sus padres para darle a ella lo que desea pero, aún así, las gracias siempre están en su boca.

Esa noche, Kalyna duerme plácidamente, mientras Fedir está sentado sobre su cama con las manos en la cabeza, desconcertado por el regalo de su hija. Pensaba en levantarse a primera hora y salir a buscar algo antes de que ella despertara.

A eso de la una de la mañana, hay un fuerte estallido a lo lejos. Fedir sale de su habitación a revisar que Kalyna siguiera en su sueño, y al cerciorarse de ello, se asoma a la ventana y ve a lo lejos una gran nube de humo. “¿Podría haber sido una bomba?”, se pregunta Fedir mientras mira detenidamente. Lo sabría al día siguiente, cuando preguntara a los vecinos si sabían.

Al despertar, hay una muchedumbre afuera. Fedir sale de su casa y nota en el aire una sensación metálica que se extiende por el cielo. El ambiente está tenso y todos se miran trastornados, con el miedo brotando en cada poro de sus pieles.

Fedir mira al lugar de la explosión que vio la noche anterior. Sus pies por poco dejan de aguantar su peso y el temor se extiende por sus extremidades. Mira atrás y ve que en la ventana, Kalyna lo mira con ojos curiosos.

Entra en la sala y dice a su esposa que deben empacar e irse. Ella asustada, le pregunta qué sucede, pero Fedir responde a la ligera, sin mirarla a los ojos y repite que deben empacar e irse cuanto antes.

Sube por Kalyna a su habitación, la toma de la mano y ella sacudida por el miedo trata de frenarlo para tomar su muñeca preferida, pero su padre la arrastra con fuerza y la sienta en el sofá de la sala. Las mira a ambas y dice que volverá en unos minutos y sale por la puerta.

Varios adultos se congregan y se disponen a dar un pequeño vistazo a lo ocurrido, así que caminan a través de los pastos para acercarse un poco más a la humareda que obstruye el sol en el cielo.

A lo lejos, las sirenas comienzan a escucharse, los helicópteros surcan el cielo por encima de las cabezas y se dirigen al creciente humo que el curioso grupo de hombres tiene en frente.

Las sirenas se hacen cada vez más fuertes y las autoridades arriban para evacuar el lugar. Fedir mira a lo lejos y corre de vuelta a casa para ser evacuado con su familia. Todo el pueblo rompe en caos.

Al llegar con el aliento a rastras, ve que su hija y su mujer están siendo montadas a un camión. Corre tras ellas y un oficial le detiene, lo mira a los ojos y dice: “Es usted o la niña”. Fedir se retira y deja que su hija se quede a bordo del camión, mientras ella grita frenéticamente.

De alguna manera, tenía la impresión que por la mirada de aquel hombre corpulento no iban a volver, pues veía unos cuantos hombres montados en algunos camiones a los que no se les hizo la misma desagradable propuesta que a él.

Kalyna gritaba y lloraba en el camión, su madre la agarraba de la cintura y los brazos para evitar que se bajara. Fedir rompió a llorar y entendió que el regalo de cumpleaños a su hija estaba hecho: le regalaría la vida, una vez más.


Fedir entró en la sala de su casa, donde ya era difícil ver por la nubosidad tóxica que rodeaba el aire. Sabía que los humos de Chernóbil destruirían su vida en poco tiempo y que nadie iría a socorrerlo de tan fatal destino.

lunes, 14 de abril de 2014

Me pregunto si vos.


Es una de esas noches en las que me pregunto, mientras mi mirada va de esquina a esquina de mi techo, si esos ojos siguen leyendo estas letras. Y digo una de esas noches porque ha pasado un largo tiempo desde que no sentía el vacío y frío recuerdo que me dejabas en cada sueño al despertar.

Si bien, he sabido perdonar las cosas que me dañaron por dentro durante tanto tiempo, sé que sigo siendo preso de lo que una vez escribí, de aquella carta que el músico escribió a la niña, la cual jamás fue entregada y no sabremos el final de tan maravilloso cuento de hadas que terminó abruptamente en hastío inmenso.

No malinterpretemos esto como un deseo ferviente de volver al pasado. Todo está hecho y no cambio mi presente y lo que he logrado en él, pero sigo ahogado por un peso que no me deja salir del mar y que a medias me deja respirar.

Todo, absolutamente todo de vos ha cambiado, y de mí, pues ni qué decir. No soy ni la sombra de la formalidad que te abrazó en aquella tarde de octubre en el centro comercial. Pero a pesar de eso, soy feliz, muy feliz, pero sé que aún me siento condenado de lo que la mano dura castigó numerosas veces a lo más frágil que llegué a conocer y del desperdicio que después de tanto sacrificio, se fue de mí.

Me sigo preguntando si seguís leyendo estos vagos escritos donde no hago sino manifestar mi inconformidad hacia todo y todos, mis historias nauseabundas y fracasadas y mis prospectos de poemas que quizás solo inspiren a Cortázar a salir de su tumba para ahorcarme y decirme que no debería tener aberración por él, sino por mí.

Se rumorea en las calles que todo está bien, que todo está alegremente por esos lares, y es por eso que espero pacientemente en esta caja de metal que no me permite salir del mar de culpa que llevo cargando por tanto tiempo, que desearía escupir gota por gota y liberar todo lo que cargo el día entero.

Pero una cosa es cierta y es que llegará el día en que, de nuevo, las dos miradas, indiferentes, se encuentren una vez más y con paciencia puedan soltar todo lo que nunca se dijo, lo que quedó en una caja polvorienta, lejos de toda realidad, escondida en el odio más grande hacia lo que una vez fue feliz.


No pretendo recuperar amores perdidos, ni mucho menos, ni pretendo enmendar el pasado, solo pretendo mejorar el futuro.

miércoles, 19 de marzo de 2014

Sin razón alguna

Hace algún tiempo, sin razón alguna, empecé a escribirle en los libros de la biblioteca, sobretodo en los que a ella más le gustaban. No tenía noticias de ella. Un día me desperté y su lado de la cama estaba frío, había sacado unas cuantas cosas del closet y se las había llevado en la maleta más ligera; el resto las había dejado como presagio de maldición. Su aroma seguía impregnando todos los rincones de la habitación. Entonces me desesperé, me precipité y nadie daba respuesta de ella. Era muy impredecible y aunque la llegué a descifrar un poco, nunca a conocer, no tenía alguna idea clara de dónde podría haber ido.
Durante varios meses fui todos los días a la biblioteca del centro, siempre íbamos juntos y sacábamos libros de allí. Me demoré poco más de un mes en escribir en cada uno de los que habíamos leído. Escribía mensajes indirectos y cortos, pidiéndole que volviera, poemas que le gustaban y al final ponía mi seudónimo. Pero los días fueron pasando y no había respuesta, ni llamadas, ni mensajes en los libros. Después escribí en todos los que se podía interesar, sólo para asegurarme de que viera mis mensajes; de alguna manera tenía que dar con ellos.
Estaba empezando a hartarme un poco y me parecía estúpido lo que hacía. Creo que en dos meses tuve tres cuartas partes de los libros de literatura rayados. Recuerdo que por varias semanas tuve que dejar hacerlo porque los directivos de la biblioteca sacaron un comunicado rechazando a quien escribía en los libros, y notificaron que si descubrían quién estaba haciéndolo, lo vetarían impidiéndole la entrada. No podía darme el lujo de no ver esos libros nuevamente; ella podría escribir o alguna cosa.
Desistí, finalmente, no volví a mandar más mensajes. Eso sí, iba todos los días a hojear la mayor cantidad de libros que podía esperando respuesta, pero ni una sola noticia de ella. Sólo una vez, una letra que no parecía suya, escribió en una página en blanco al inicio de el libro Aura:
“Estarás muy desesperado para escribir en casi todos los libros literarios de ésta biblioteca. Ya sé quién eres, pero no te delataré. Sé que si no miras estos libros todos los días, terminarás suicidándote. Suerte con eso.”
Aunque seguramente hubiese sido una decisión menos tortuosa. No sabía qué pensar de ese mensaje: ¿sentirme satisfecho de saber que alguien hizo caso de los mensajes, y tal vez lleguen a ella? ¿Cómo habría logrado reconocerme? Tenía miedo que dijera en la biblioteca quién era la persona que realmente escribía en los libros. Sin duda alguna su control sobre mí era infinito. Por eso dejé de asistir todos los días, y los hojeaba una vez a la semana, hasta que paulatinamente fui perdiendo la esperanza.

El día en que decidí dejar todo ese episodio en el pasado y sacar toda su ropa de mi casa, pensé ir por última vez a la biblioteca a mirar los libros. Cuando iba a cerrar la puerta, el teléfono sonó:

-       ¿Aló?

-       Hola, soy yo. ¿Por qué has dejado de escribirme en los libros? Ya casi no vas a la biblioteca, supongo que habrás olvidado todo. Tengo que reconocer que tu idea  para encontrarme fue maravillosa. No te preocupes, la próxima semana vuelvo a casa y hablamos.