Qué extraño momento fue aquel durante ese
atardecer tan oscuro que se pronunciaba en el cielo, mientras me encontraba
sentado en plena calma, intercambiando palabras azarosas, burdas y banales.
Sabía, tenía la certeza de que esos finos y delicados pasos se hallaban rondando por los amplios caminos, que ese perfume seguía impregnando las hojas que caían de los árboles y que la translucidez de esa piel se mezclaba con las luces que rodeaban el bulevar. Y a unos escasos metros, en aquel recinto ajeno a ella, se aproximaba.
Fue una total reminiscencia aquello que vi. Los mismos pasitos pausados y cortos, el cabello rubio…Pero la mirada, la mirada era distinta, no era una mirada inocente como era antaño. Era una mirada distante, prevenida, acechante y estudiosa, como la mira de un rifle francotirador en la lejanía preparándose para dispararme en la cabeza y dejarme fuera de sí.
Qué
agradable fue saber que aún caminaba libre por la ciudad, que aún era familiar
al mundo. Pero qué extraño fue tener una avalancha de recuerdos entrando a
batacazos por mi cabeza y no sentir nada, más que un deseo de proximidad
amistosa.
Pero
su mirada que alguna vez fue tierna, mortal se tornó y de repente sucedió lo
increíble. Quité la mirada de la suya, intimidado de aquella inusual situación.
Mi mirada, que en un pasado era imponente y agresiva, que solo se suavizaba con
la suya en momentos de paz y se encendía infernalmente en pataletas de rabia,
aquella que jamás quitó los ojos de los suyos por tantos días, desistió de la
suya, como si fueran miradas desconocidas.
Camina
cerca de mi espalda y toma asiento a unos cuantos metros de mí y siento, como
si fuera un desdichado e inofensivo conejo, que un halcón me acecha desde lo
lejos con su mirada fulminante e indiferente. Tomé mi maletín y caminé a la
salida sin mirar atrás, sonriendo por la compañía que aquellos recuerdos
cuasi-infantiles de amor me llenaban el cerebro, pero tal como llegaron, se
fueron.