El
placer que no tiene fin
es un capítulo del libro La decadencia de
los dragones, escrito por William Ospina. Basándose en un relato de Ray
Bradbury, Ospina reflexiona acerca de un mundo futuro donde fue prohibido
recordar el pasado y los males que las nuevas tecnologías le causaron a la
humanidad. No obstante, en la historia ficticia de Bradbury, hay un anciano que
le cuenta historias a un niño acerca de cómo era el mundo antes del cataclismo,
haciéndole hincapié al escritor Colombiano para hablar de la riqueza de los
libros y los fructíferos relatos que estos contienen.
Lo más atractivo del texto de William es
la manera en que habla de los libros y la poderosa actividad que guardan: la
lectura. Los libros son capaces de transmitir inimaginables sentimientos y
experiencias. También sirven para comprender la vida y proporcionan un asidero
de la realidad. Ni los mismos avances tecnológicos y la industria de
entretenimiento serán capaces de igualar la experiencia de tener un libro entre
las manos y poder leerlo.
La lectura potencia la imaginación,
contrario de los avances tecnológicos, que lo dan todo, incluso, las imágenes
mismas, limitándonos de crear nuestras propias versiones de los personajes. Por
esto, William Ospina hace una distinción entre el cine y la literatura, sin
demeritar al séptimo arte, él dice: “… el cine es fundamentalmente un arte de
la percepción, y la lectura un arte de la imaginación.” Igualmente se mencionan reconocidos escritores como Jorge Luis Borges y al
filósofo Friedrich Nietzsche que manifiestan su preferencia por los libros, y
la autonomía de imaginar y elegir la apariencia de los personajes y el ritmo de
la lectura.
Ospina es consciente de la decadencia
ambiental por la que está pasando la tierra, y nos recuerda la enriquecedora,
despreocupada y maravillosa actividad que es la lectura. Debido a que no todos
pueden acceder a la entretención del siglo XXI, hay una posibilidad: la lectura
física y relatos extraordinarios que proporcionan un gran placer, en medio de
la agitada realidad en que vivimos.
Este placer me ha invadido, alguna vez leí
Los detectives salvajes de Roberto
Bolaño, libro que imaginé de principio a fin. Sus personajes eran literatos, la
mayoría expatriados, y que vivían en México (al igual que Roberto), que dedicaron su vida a leer y a escribir.
Ellos justificaban su vida en la poesía y compartir lecturas entre unos y
otros. Recreé en mi imaginación cada lugar, cada experiencia narrada en el libro,
obteniendo un placer inigualable como el que William Ospina manifiesta.