miércoles, 19 de marzo de 2014

Sin razón alguna

Hace algún tiempo, sin razón alguna, empecé a escribirle en los libros de la biblioteca, sobretodo en los que a ella más le gustaban. No tenía noticias de ella. Un día me desperté y su lado de la cama estaba frío, había sacado unas cuantas cosas del closet y se las había llevado en la maleta más ligera; el resto las había dejado como presagio de maldición. Su aroma seguía impregnando todos los rincones de la habitación. Entonces me desesperé, me precipité y nadie daba respuesta de ella. Era muy impredecible y aunque la llegué a descifrar un poco, nunca a conocer, no tenía alguna idea clara de dónde podría haber ido.
Durante varios meses fui todos los días a la biblioteca del centro, siempre íbamos juntos y sacábamos libros de allí. Me demoré poco más de un mes en escribir en cada uno de los que habíamos leído. Escribía mensajes indirectos y cortos, pidiéndole que volviera, poemas que le gustaban y al final ponía mi seudónimo. Pero los días fueron pasando y no había respuesta, ni llamadas, ni mensajes en los libros. Después escribí en todos los que se podía interesar, sólo para asegurarme de que viera mis mensajes; de alguna manera tenía que dar con ellos.
Estaba empezando a hartarme un poco y me parecía estúpido lo que hacía. Creo que en dos meses tuve tres cuartas partes de los libros de literatura rayados. Recuerdo que por varias semanas tuve que dejar hacerlo porque los directivos de la biblioteca sacaron un comunicado rechazando a quien escribía en los libros, y notificaron que si descubrían quién estaba haciéndolo, lo vetarían impidiéndole la entrada. No podía darme el lujo de no ver esos libros nuevamente; ella podría escribir o alguna cosa.
Desistí, finalmente, no volví a mandar más mensajes. Eso sí, iba todos los días a hojear la mayor cantidad de libros que podía esperando respuesta, pero ni una sola noticia de ella. Sólo una vez, una letra que no parecía suya, escribió en una página en blanco al inicio de el libro Aura:
“Estarás muy desesperado para escribir en casi todos los libros literarios de ésta biblioteca. Ya sé quién eres, pero no te delataré. Sé que si no miras estos libros todos los días, terminarás suicidándote. Suerte con eso.”
Aunque seguramente hubiese sido una decisión menos tortuosa. No sabía qué pensar de ese mensaje: ¿sentirme satisfecho de saber que alguien hizo caso de los mensajes, y tal vez lleguen a ella? ¿Cómo habría logrado reconocerme? Tenía miedo que dijera en la biblioteca quién era la persona que realmente escribía en los libros. Sin duda alguna su control sobre mí era infinito. Por eso dejé de asistir todos los días, y los hojeaba una vez a la semana, hasta que paulatinamente fui perdiendo la esperanza.

El día en que decidí dejar todo ese episodio en el pasado y sacar toda su ropa de mi casa, pensé ir por última vez a la biblioteca a mirar los libros. Cuando iba a cerrar la puerta, el teléfono sonó:

-       ¿Aló?

-       Hola, soy yo. ¿Por qué has dejado de escribirme en los libros? Ya casi no vas a la biblioteca, supongo que habrás olvidado todo. Tengo que reconocer que tu idea  para encontrarme fue maravillosa. No te preocupes, la próxima semana vuelvo a casa y hablamos.     

lunes, 17 de marzo de 2014

Primer aniversario.

Es curioso que el día tenga un leve episodio al igual que aquel domingo 17. Un cielo amenazando desde el horizonte con una lluvia, que aunque fue breve, me hizo recordar las eternas horas que pasamos allí sentados fuera de las puertas de ese hospital.

Pero pensando hora tras horas sobre las palabras correctas que emplearía aquí, me comprometí a no hablar melancólicamente, sino todo lo contrario…Porque aún te podemos llorar, aún podemos sentir aquel vacío, pero yo prefiero recordarte a vos como siempre quisiste que te viéramos, con una sonrisa al aire las 24 horas del día

Yo hoy te escribo a vos sin formalismos ni nada de esas maricadas, te escribo al igual como si te estuviese hablando, con agradecimiento por haberme permitido aprender cosas que me ayudarían, que nos ayudarían a crecer a todos. Debes saber que no solo nos graduamos, vos también te graduaste, porque al decir el discurso de despedida no podía dejarte a vos de lado, porque todos queríamos que estuvieras ahí y, recordándote, sonreímos al recordar juntos esa sonrisa cansona y descomplicada, y aquí también tengo que decir, así el sistema educativo diga que no, El Chiqui también se graduó con nosotros.

Jose Daniel, no creas que tu nombre se va a dejar de mencionar entre tus amigos, todos te extrañamos, algunos quizás más que otros, vos fuiste grande…Sos grande, y te digo de una vez que yo me hice una promesa de llevar tu nombre alto un día cuando sea mi turno de demostrar mis capacidades, y creéme que cuando la victoria sea mía, va a ser tuya también y voy a mirar al cielo, donde puede que estés o no estés dedicándote lo que dije una vez que iba a lograr, pues vos, gracias a vos, muchos de tus amigos buscamos perseverar y no rendirnos nunca, a pesar de que la situación sea muy hijueputa, porque siempre llevaste la cabeza en alto, nunca mostraste debilidad y la mano tuya tendida siempre estaba cuando lo necesitamos. Dejaste un buen ejemplo de vida y una huella grande. Alguna vez pensé en que gracias a vos hoy he cambiado parte de mi vida y comencé a creer en aquellos en los que no creí hasta ahora, porque siempre debemos aprovechar esos momentos valiosos con las personas que queremos, con las personas que nos apoyan y nos demuestran el valor que cada uno de nosotros tenemos en esta tierra, y es ahí donde digo que ojalá vos estuvieras acá para verlo. Yo no sé vos dónde estás, yo no sé si vos me miras escribir esto, yo no sé nada, a mí solo me queda claro que volaste muy alto, que tu valentía fue inimaginable, que hiciste una gran diferencia sobre todos y que todo lo que dejaste va a vivir hasta el fin de los tiempos. Seguramente el ciclo de sufrimiento continuará en nosotros, pero esos recuerdos permanecerán para siempre y sé que algún día todos volaremos para estar nuevamente con vos. Nos vemos el próximo año.

lunes, 10 de marzo de 2014

Día VII - Sobre escribir y el significado de las palabras

Escribir no es algo tan fácil como aparentemente puede resultar; una letra seguida de otra, guardando algún tipo de coherencia y cohesión y ya está (aunque valdría la pena ver que resulta de poner un cúmulo de palabras indiscriminadamente a ver qué sucede, los más escrupulosos podrían decir que se trata de un ejercicio meramente psicoanalítico), se produjo un texto de 10 páginas.  A veces se tiene una idea clara en la cabeza y al momento de expresarla o escribirla en un papel resulta ser una experiencia casi titánica. Es como si la idea nos empezara a martillar desde adentro intentando salir, sin atavíos o alteraciones, pero por más que punza la cabeza nunca lograr salir perfectamente, sin impurezas. De una forma caricaturesca así me imagino el mundo de las ideas, todo límpido y pulcro, pero cada palabra o cada plumazo es un agente extraño que se le inyecta a esas figuras indefinidas y que bailotean en la mente.
Otra cuestión que me resulta algo particular es la capacidad que tienen algunas personas de expresar sus emociones. Algunos escritores tienen el prodigio de decir con palabras muy simples las situaciones y percepciones de una manera grandiosa, y muchas veces me surge la pregunta: ¿por qué eso no se me ocurrió decirlo a mí?
Les pongo un ejemplo, miremos qué dice la RAE del odio:
“ m. Antipatía y aversión hacia algo o hacia alguien cuyo mal se desea.”
Bueno, pero ¿qué es antipatía?
“f. Sentimiento de aversión que, en mayor o menor grado, se experimenta hacia alguna persona, animal o cosa.”
Pareciera que la clave está en encontrar la definición de aversión:
“f. Rechazo o repugnancia frente alguien o algo.”
Ahora bien, la palabra rechazo nos da una idea un poco más clara, bajo mi punto de vista, de lo que significan ese sinfín de sentimientos. Sin embargo, bien sabemos que el odio no es un simple rechazo o una simple aversión, es una sensación que va mucho más allá y que trasciende de una simple aversión, y ahí es donde digo que el lenguaje muchas veces se nos queda corto y por más que intentemos describir odio hacia alguien o algo, jamás lograremos decirlo exactamente, y por eso escribir es tan difícil. Pero la grandeza de la escritura, creo yo, radica en acercarse lo que más se pueda a esas extrañas sensaciones indefinibles.
Quiero poner otro ejemplo, miremos qué dice la RAE del amor:
“m. Sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca del encuentro y unión con el otro ser.”
Sin duda alguna es una definición muy certera y precisa, digamos una de las mejores definiciones del diccionario. Pero miren esta definición que da del amor Cortázar en su libro Rayuela en el capítulo I:
“…Y era tan natural cruzar la calle, subir los peldaños del puente, entrar en su delgada cintura y acercarme a la Maga que sonreía sin sorpresa, convencida como yo de que un encuentro casual era lo menos casual en nuestras vidas, y que la gente que se da citas precisas es la misma que necesita papel rayado para escribirse o que aprieta desde abajo el tubo de dentífrico.”

Sin duda alguna esto es una definición literaria, pero con mi forma de ver la realidad me parece una manera acertada de definir lo indefinible, teniendo en cuenta que Cortázar tampoco llegó a la precisión absoluta.

Otro ejemplo del amor en Flaubert:
El amor, creía ella, debía llegar de pronto, con grandes destellos y fulguraciones, huracán de los cielos que cae sobre la vida, la trastorna, arranca las voluntades como si fueran hojas y arrastra hacia el abismo el corazón entero. No sabía que, en las terrazas de las casas, la lluvia hace lagos cuando los canales están obstruidos.”

Otro ejemplo para decir algo sublime, de Flaubert:
“A veces pensaba que, a pesar de todo, aquellos eran los más bellos días de su vida, la luna de miel, como decían. Para saborear su dulzura, habría sin duda que irse a esos países de nombres sonoros donde los días que siguen a la boda tienen más dulces holganzas. En sillas de posta; bajo cortinillas de seda azul, se sube al paso por caminos escarpados, escuchando la canción del postillón, que se repite en la montaña con las campanillas de las cabras y el sordo rumor de las cascadas.”

Mi hipótesis también caería en la encrucijada de las definiciones de la RAE, pero a pesar de eso me parece una forma más certera de definir esas sensaciones que no se pueden precisar de ninguna manera. Me gustaría abrir los diccionarios de la RAE en posteriores ediciones y encontrarme una definición de este tipo, aunque mis ideas también sigan bailoteando en la utopía.

domingo, 9 de marzo de 2014

Día VI - Montañas de nieve

Todo esto mirando un cuadro.

Bourges es un hombre que siempre está huyendo. Nadie sabe con certeza de qué huye; su familia piensa que huye de sí mismo, sus amigos piensan que huye de los placeres que ofrece la juventud y otros simplemente creen que es una persona que nació en el lugar y en el tiempo equivocado.
Hace varios meses este hombre vive en Anchor, una ciudad septentrional que queda ubicada a riberas del río Min. Viajó desde el cálido trópico, para asentarse en esta fría región del globo terráqueo. Los nativos de Anchor dicen que allí viven dos tipos de personas: los mismos oriundos y los que huyen de sus tierras natales buscando algún tipo de regocijo en la soledad boreal, y que terminan convirtiéndose en auténticos anacoretas, o en su defecto, en algún tipo de escritor fracasado.
Bourges durante toda su niñez estuvo acostumbrado a los verdes vivos del paisaje y el aire cálido de las zonas tropicales. Sin embargo, siempre le pareció un paisaje melancólico y triste, un paisaje donde predominaban las mentiras, la hipocresía y el cinismo. Cuando Bourges pisó por primera vez el gélido suelo de Anchor, supo que después de tanto tiempo, después de 24 años de vida, había llegado por fin a casa; mientras alzaba su mirada y veía las colosales montañas cubiertas de nieve, una leve sonrisa se dibujaba en su rostro. Hace mucho tiempo Bourges no sentía una felicidad tan indescriptible, en su garganta se formaba un extraño nudo que no le permitía modular palabras inteligibles. Un sentimiento visceral de regocijo y paz le inundaban de lágrimas los ojos. Siempre estuvo huyendo, pero también buscando. Puede que su naturaleza estuviera trastornada y alterada, es probable que el ambiente jovial en el que siempre creció fueran una mentira particular, pero no general.

A veces la existencia nos pone en el lugar equivocado. El secreto está en buscar las montañas de nieve.


sábado, 8 de marzo de 2014

Día V

Abrazando en sentido inverso la roca que cargo en la espalda, recuerdo que no he sido el único infortunado en la Historia. Los recuerdos de aquel joven, hermoso y esbelto, asaltan mi mente:
Aquel chico miraba puerilmente a su padre, mientras este construía las alas con las plumas que le llegaban a causa del viento, y con un poco de cera el padre unía con cuidado cada una de las partes del artefacto que iban a ayudar a volar al joven lejos de la prisión que estaba ubicada en medio del mar. Su padre le recordaba que no podía volar muy cerca al mar, pues la espuma del mar mojaría sus alas y se ahogaría en el. Y mucho menos podía volar alto, pues el implacable sol derretiría la cera que fijaba las plumas y se caería sin más. 
Esas imágenes lo satisfacían. Imaginar al ingenuo de Ícaro cayendo en picada hacia el mar, atravesando el paisaje verticalmente a toda velocidad, por esa tonta idea de llegar al paraíso e intentar besar el sol mientras el viento revolcaba sus dorados cabellos en su rostro, lo llenaban de un mediocre júbilo. 
Pero a eso estaba acostumbrado el estúpido, a llenarse de regocijo de saber que no era el único desventurado en el planeta. El hombre, jadeaba cansado con la roca en su espalda y dejaba entrever su lengua de llamas que chorreaban gotas de fuego, mientras reía cuesta arriba recordando a Dédalo e Ícaro.

Los fugaces pensamientos que a veces surcaban la caótica mente de aquel hombre, era el reflejo de una Historia que se repite día tras día en su vida. La pesada carga que ya iba calando en sus omoplatos, era la muestra del pesimismo que lo embargaba y que con toda seguridad, nunca lo abandonaba. Incluso el aroma de azufre, no lograba apaciguar su desasosiego; las gotas de fuego que descendían de su boca, dañaban los efectos psicoativos del azufre en su cerebro.

Lo importante en verdad.

Yo he pasado por fases en mi vida en las que no me hallo, fases donde fracaso, no me encuentro y fallo. He tenido fases en mi vida donde me levanto todos los días y siento que la vida puede ser mucho más viva. Me siento en el bulevar y veo a mis amigos pasar junto con un millón de personas que con prisa quieren su vida acabar y puedo sentirme feliz de saber que mi vida tomó otro matiz, que mis amigos fueron la raíz de un nuevo comienzo en esta vida infeliz, por eso ahora, cuando me levanto, la pereza desaparece y siento que el sol una sonrisa merece.

También he tenido fases en donde odio, donde los comentarios que oigo no son más que un sinfín de sonidos tediosos, donde no comprendo las actitudes superficiales de aquellos que con banales suposiciones afirman que la felicidad está donde en realidad no debe estar, que lo material es esencial y que la hipocresía rige las sonrisas de todo aquel que con su lengua adopta una posición destructiva.

A veces no comprendo cómo la gente puede perderse de tanta maravilla y con ninguna cosa estremecerse, porque no hay ninguna pesadilla que sea suficiente para abstenerse de lo que el mundo cada día nos ofrece, dejar de ver a escasos metros de nuestras mentes y vivir sin temor a lo que los demás piensen.

De vez en cuando es bueno recordar que por razones de la sociedad no podemos olvidar que el verdadero sentido no está en lo que el dinero nos quiere mostrar, lo importante en verdad es saber que la muerte el mismo destino nos quiere dar, que nadie está por encima de los demás y que lo único que en esta vida debemos lograr es sonreír, hacer reír y llegar a amar.


jueves, 6 de marzo de 2014

Día IV

-       ¿Qué hacías por la Avenida 30 un miércoles a las 9 de la noche? – me preguntó desafiante.

No sabía qué responder. Me quedé con los ojos muy abiertos mirándola, sin poder hilar ninguna idea coherente en mi cabeza. Creo que mi rostro no le expresó nada.

-       Dime por qué, tranquilo. No voy a hablar con tus padres. Sólo que ese no es un sitio para chicos de tu edad. – insistía con una leve sonrisa en su rostro

Era esa misma sonrisa que usaba cuando nos daba a todos una mala noticia, era una forma sarcástica de decirnos “están jodidos”. No confío en ese tipo de personas, que te dan un espaldarazo pero por dentro se retuercen de la felicidad de que no tengas ningún tipo de esperanza existencial. Son como sanguijuelas que te chupan el miedo y se alimenta de él.
Bajé un poco la mirada y posé mis ojos unos pocos segundo en su blusa negra escotada, que dejaba entrever un redondel sonrosado. Luego miré sus zapatillas, esperando a que entendiera mi mensaje.

-       Ah, ya entiendo, ¿¡estabas buscando una prostituta!? – exclamó en un tono burlón.

Al escuchar esa palabra, levanté bruscamente la mirada. Sentí un ardor en mis pómulos, pero luego sentí una sensación terrible de estallar en risas. No sabía a qué se refería con “¿estabas buscando una prostituta?” Después de que ella terminó la pregunta, su rostro tenía una amplia sonrisa que le abotagaron los cachetes, aunque sus labios se veían más carnosos y carmesí. En ese instante deseé tirarme sobre ella y besarla. ¿Por qué no vi a la arpía cuando caminaba por la Avenida? ¿En dónde había posado mi mirada?
Seguía impertérrito al cuestionario que me estaba formulando. No tenía porqué responderle nada, lo que hice fue lejos de su injerencia.

-       No estaba haciendo nada. Sólo caminaba.
-       ¿¡Caminabas!? – exclamó con una voz chillona. – Tu casa queda al otro lado de la ciudad, ¿qué hacías allí? – insistió.

¿Cómo sabía que vivía al otro lado de la ciudad? No me explicaba cómo sabía tanto de mí. Sus ojos punzantes ya me estaban cansando y no podía sostenerle la mirada. Sólo quería que se callara, diera media vuelta y se esfumara, o en su defecto, me lanzara un beso.

-       No estaba buscando ninguna prostituta.
-       Vi que entrabas en un burdel.
-       ¿Desde qué perspectiva me miraba usted?
-       A qué te refieres con, “¿desde qué perspectiva me miraba usted? – dijo ladeando la cabeza.
-       Sí, precisamente a eso me refiero, ¿desde dónde venía su mirada?
-       Pues en el mismo sentido en que caminabas, ¿cómo más iba a ser? – dijo de una forma vacilante. Su sonrisa empezó a desdibujarse.
-       No es cierto, porque yo no la vi a usted.
-       Te digo que te vi entrar en el burdel, ¿qué hacías allí? – dijo indignada.

-       Ah, ¿se refiere al burdel de la 30 con 69? La estaba buscando.

miércoles, 5 de marzo de 2014

Bourges

Bourges creció en un país ubicado en el trópico, un lugar muy cercano a la línea ecuatorial. Sus primeros 12 años de vida los vivió en un pueblo que quedaba a 2 horas de la capital. Allí había realizado sus estudios básicos y su vida no había tomado un matiz definido, aún no descubría qué le gustaba, ni para qué era bueno, simplemente su familia sabía que era un chico solitario y reservado, que muy pocas veces mostraba gestos y actitudes extravagantes de felicidad. Los años siguientes hasta que viajó a Anchor los vivió en la capital. Sus padres lo enviaron a uno de los mejores internados del país para que terminara sus estudios y aspirara a grandes cosas en su vida. Al principio no le gustó mucho la idea, incluso pensó en irse de casa cuando sus padres le comunicaron la decisión, pero su actitud sumisa no le permitió que esa idea trascendiera y se tornara crítica; pensó en su futuro y simplemente se imaginaba que esa vida era un sueño y que realmente viviría la realidad cuando estuviera de vacaciones en su pueblo natal.
 El primer año de Bourges en el internado fue un poco difícil, no se relacionó muy bien con  sus compañeros y casi siempre estaba solo en su cuarto, haciendo algún deber o durmiendo. Pero un día, su tío le envió un regalo. El presente venía dentro de una bolsa acartonada. Cuando Bourges metió la mano dentro de la bolsa y se percató de que era un libro, se desanimó un poco. En sus pocos años de vida únicamente había leído los libros que en la escuela le decían que leyera; nunca leía por gusto. Pensó que su tío le enviaba otra cosa, un juego o algún tipo de distracción para matar el tiempo en la capital. El libro era El Túnel de Ernesto Sábato.
 Bourges hojeó un poco el libro, pero a los pocos segundos lo dejó a un lado y se tiró sobre la cama mirando el techo. El joven cayó en un profundo sueño hasta el otro día. Los días pasaron y el tedio y el aburrimiento de Bourges no paraban de incrementar. El libro seguía en el mismo lugar. Bourges finalmente decidió que iba a leer. 
El libro lo apasionó tanto desde el principio que no pudo soltarlo hasta que terminó. Bourges engulló el libro de Sábato en menos de 4 horas. Era la primera vez desde que el chico había llegado a la capital, que un día se pasaba volando. Las horas de ensimismamiento pasaron inadvertidas.
Después de cerrar el libro sintió una leve obsesión por Sábato. Al otro día fue a la biblioteca del internado a buscar más libros de él, Bourges tenía que leer más sobre ese escritor, el chico estaba anonado con la prosa del argentino.
 Bourges nunca había entrado a la biblioteca, y desde el principio sintió un aroma y un ambiente particular en ese recinto. Del techo colgaban varios avisos que decían “Silencio” y esto lo hizo sentir un poco abrumado, aunque el silencio no era algo que le representara mucha dificultad. La biblioteca tenía un pequeño mostrador donde estaba sentada una mujer de unos 28 años. Bourges la relacionó inmediatamente con María Iribarne, no sabe muy bien por qué, pero la apariencia de aquella mujer se lo sugirió. La mujer vestía formalmente con la típica ropa que visten las mujeres de oficina. Ella se paró un instante de su asiento para acomodar unos libros y Bourges pudo determinar que era de estatura media y tenía un cuerpo esbelto: sus pantalones oscuros le quedaban muy ceñidos a sus caderas y permitían ver un perfecto redondel y la parte delantera dejaba entrever la hermosa profundidad de su pubis. María, como la llamará de ahora en adelante, le sonrió y le pregunto que si necesitaba ayuda. Bourges titubeó un poco y dijo que buscaba libros de Ernesto Sábato. Ella con una actitud tierna y fraternal le dijo que esperara un segundo y le traería los libros que tenía de él. Al instante llegó con varios libros, entre ellos Sobre héroes y tumbas, Abaddon el exterminador, Antes del fin y Uno y el Universo. Con la misma sonrisa que nunca se desdibujó de su cara, ella le recomendó que leyera Sobre héroes y tumbas, y en efecto el chico le hizo caso y con pocas palabras agradeció y volvió a su habitación para leerlo.
 El libro logró el mismo efecto; Bourges se sentía cada vez más maravillado leyendo. El chico supo que Sábato era ese asidero de la realidad que necesitaba hace mucho tiempo para afrontar el delirio en el que había caído. Sin embargo, entre página y página se detenía unos instantes para pensar en la bibliotecaria; la profundidad de su perfecto pubis no se la podía sacar de la mente. Y de ahí en adelante Bourges siguió yendo a la biblioteca todos los días, pues tenía esos dos motivos: la lectura y la beldad. Con el poco tiempo, y gracias a la actitud afable de María, ambos ya entablaban conversaciones más profundas y duraderas. Ellos solían conversar en las tardes acerca de libros, de Literatura y sobretodo de Sábato. María le confesó a Bourges que le sorprendía que a un chico de su edad le gustara tanto leer y sobre todo a un autor tan complejo como lo es Ernesto, la mujer también le confesó que le gustaba que él fuera todos los días, pues eran muy pocas personas que utilizaban el servicio de la biblioteca, y para ella eso era casi un sacrilegio, una blasfemia, no concebía que los estudiantes desecharan el tesoro de los libros y la lectura. Bourges sintió que tenía una amiga, una apreciación un poco errónea, pero se sentía feliz de ser amigo de la bibliotecaria, además que le recordaba a María Iribinarne y no hay necesidad de aclarar que ese era su personaje favorito.
Sin embargo, a Bourges no le duró para siempre la felicidad. Un día, la bibliotecaria habló más de la cuenta y le confesó entre una sonrisa a Bourges que estaba embarazada, que tenía 2 meses de gestación y que hoy se había enterado y aún no le había contado a su prometido. María le dijo que él era la primera persona en saber y que necesitaba contarle a alguien, pero que además le contaba por que se iba a dedicar a su embarazo y se iba a retirar del trabajo. Después de que María le contó eso, Bourges la miró con unos profundos ojos de violencia. El chico sintió rabia y desazón por la noticia. Él no sabía muy bien el por qué de su reacción, pero sin duda alguna le afectó mucho. Bourges se paró y salió corriendo del lugar, dejando atrás a María y dejando atrás esas palabras que tanto le habían herido. Ella se quedó desconcertada.
Bourges nunca más volvió a la biblioteca de su internado, aunque, por supuesto, no dejó de leer. Y como la mujer se lo había anunciado, se había retirado del internado y nunca más volvió.

Lo que Bourges nunca supo fue que María perdió a su bebé un día después del lamentable anuncio que ella le había hecho, por violentos golpes que su prometido le propinó.