martes, 23 de julio de 2013

LA VERDAD DE PROTAGONISTAS DE NUESTRA TELE.

En realidad lo creíste, ¿no? De verdad eres tan morboso que creíste que esto era un link para ver una supuesta crítica sobre un show televisivo sin importancia ¿cierto?

¿Acaso te has dado cuenta de que esta es la misma manera como la publicidad nos atrae? Fotos, televisión basura, avisos, consejos superficiales, cómo vernos mejor, atraer mujeres, hombres, consejos de belleza, consejos para el éxito social basados en cuánto tienes en tu billetera, cómo durar más mientras tienes relaciones sexuales. Publicidad engañosa.

Nos convertimos en seres que buscan lo innecesario. Ves un accidente y lo primero que miras es el carro e intentar ver si tienes suerte en ver un muerto, porque muy profundamente sabes que quieres ver un muerto. Así somos. No nos preocupamos por su posible vida, por su familia ni nada, sino exclusivamente por ver su sangre vertiente en la calle.

Intuimos que perder nuestras posesiones materiales es un fin rotundo. Nuestros estatus sociales están determinados por cuánto tenemos materialmente y si acaso entramos en un bajón económico, la gente te dirá: Va de culos.

Pero en realidad solo perdemos una gran cantidad de soluciones versátiles para la vida moderna, es decir nada.

La moralidad humana está infravalorada y solo nos interesamos por lo primero que nos pongan frente a los ojos, sobre todo si se trata de algo que física y socialmente nos ponga por encima de nuestros vecinos, amigos o familiares.

¿Qué estamos haciendo con nuestras vidas? Al paso que vamos, será más importante vender nuestros ideales, nuestra alegría, nuestra tristeza por un sofá hecho del cuero más fino africano, tal vez, o por una ropa fina que nos haga aparentar una personalidad falsa en las calles.

Yo no digo que debemos andar desnudos por la calle o que debemos vivir bajo un árbol, pero sí que hay que conocer más lo que tenemos dentro del cerebro, que lo que hay dentro de un supermercado, una tienda de ropa costosa o un concesionario automovilístico.


Claro que podemos tener, de eso no hay duda. Pero carecemos de mesura, de alma y de una visión que vaya más allá de los billetes, las caras perfectas, las peleas políticas, accidentes o incluso de este escrito.

viernes, 19 de julio de 2013

Égida



No quiero hablar de Historia, ni de cuentos populares de la antigua Grecia, ni hacer de esta entrada un recuento aburrido con detalles sin sentido, por lo cual seré explícito y certero.
Medusa es un monstruo femenino, según la mitología griega, que convertía en piedra a aquel que mirara fijamente a los ojos. Ella fue decapitada por Perseo, uno de los tantos héroes de la mitología. Él utilizó la cabeza de Medusa como un arma protectora, una égida implacable contra el mal y las adversidades.

No en vano, conocí a Clarisa en un bus. Bueno, no la conocí en el bus, pero fue en un bus la primera vez que la vi en mi vida. Yo iba rumbo a la biblioteca del centro de la ciudad para devolver unos libros de historia del arte, y allí vi a la chica. Yo estaba sentado junto a la ventana. Siempre intentaba escoger algún puesto de estos, pues no era capaz de quedarme como si nada cuando el bus se llenaba y las personas que seguían subiendo se paraban junto a mí. Menos me gustaba, cuando era una mujer, y no es por sexismo ni nada de eso, pero me sentía mal, seguramente por mí misma formación personal. Por eso prefería estar junto a la ventana, para no cederle el puesto a nadie.
Como venía diciendo, ella se subió a la máquina y ya todos los asientos estaban ocupados, yo estaba en medio del vehículo y justamente ella caminó hasta mi fila y ahí se quedó parada, agarrándose de la baranda. Era tan hermosa que deseaba cederle el puesto, pero al lado mío había un hombre de gran tamaño y no quería incomodarlo. Uno siempre suele tropezarse y hacer el ridículo cuando pasa por encima de las personas en los buses, y por tal motivo, preferí mirarla y no cederle el puesto. Qué estúpido.
Era verano y el calor era sofocante, ella vestía una camiseta sin mangas de color blanco, lo cual dejaba ver sus brazos desnudos. Supe que su piel era perfecta y lisa, por supuesto que no la toqué, por lo cual no me pregunten cómo lo supe, simplemente lo sé, lo sentí. Lo juro.
Su cabello era castaño y lo tenía completamente revuelto. Eso no le quitaba belleza, todo lo contrario, le añadía un aire de sencillez muy atractivo. Ella se bajó unas pocas cuadras después. Sentía que la vida se desvanecía por mis dedos. Por un momento, el final de la existencia fue el sonido del timbre que le indicaba al conductor el paradero de Clarisa y el resoplido del sistema de aire de las puertas del bus; pero mientras pude, torcí mi cabeza mirando por la ventana hasta que no logré verla más.

Yo soy de los que cree que las casualidades existen, y que la vida no es más que una infinita sucesión de casualidades, filadas una tras otra. Ver a Clarisa en un bus fue una casualidad, maravillarme con ella fue una casualidad, sentir que la vida se me iba, era una casualidad, pero las casualidades solo ocurren una vez.

El 18 de julio de 1997, en la casa de mi amigo Rubén, que celebraba su cumpleaños una semana después del acontecimiento del bus, la casualidad más hermosa de mi vida entraba a la casa de mi amigo, nuevamente con sus brazos desnudos y con su cabello revuelto. Le dije a Rubén que quién era la chica, que me la presentara y que si tenía mi misma edad. Preferí guardarme la historia del bus para no revelar mi obsesión.
Ese día hablé toda la noche con Clarisa, me pareció la chica más dulce y encantadora que jamás había conocido.
A pesar de eso, tenía un detalle que no me gustaba mucho, era muy egocéntrica: constantemente estaba alardeando sobre sus triunfos y sobre sus conocimientos. Pero lo que más gracia me causó, fue que cuando entramos en confianza, habló más de 10 minutos sobre un tatuaje que se había hecho en su espalda hacía una semana. Según ella, era la representación de Medusa, el monstruo mítico griego que decapitó Perseo. Se levantó un poco su camisa, y dándome la espalda, me mostró su tatuaje el cual parecía la viva representación del cuadro de Caravaggio en su lisa y perfecta piel. Le pregunté el significado de su tatuaje y me dijo que significaba una égida, un escudo que la protegía y le repelía todos los males y evitaba cualquier tipo de desasosiego en su vida.
Con inocencia le dije que si sus deseos se habían cumplido, que si había logrado repeler la angustia y la zozobra, a lo cual respondía que sí, que su espalda era una égida en carne y hueso.

No voy a ser muy detallista en la siguiente parte de la historia:

Me enamoré perdidamente de Clarisa, de su piel, de sus senos… de su Medusa y de la idea que tenía de ella, de la égida y todo eso. Pero con el tiempo me di cuenta que su mayor defensa era la indiferencia, parecía que nunca se había enamorado, siempre estaba imperturbable al amor que le daba, a los regalos que le compraba y a los poemas que le escribía. Esa indiferencia y grosería, eran su verdadera protección.

Uno de los regalos que le pude dar, fue un libro de historia del arte donde analizaban toda la obra de Caravaggio, entre ellas La cabeza de Medusa, y en la página donde empezaba el capítulo de la Medusa, le dejé una nota que nunca supe si había leído. La cual decía: Espero algún día tenerte, como Perseo tenía a Medusa.

Un mes después, lleno de muchos desplantes, ella me abandonó, nunca más volvimos a hablar ni a vernos y nunca más respondió mis llamadas. Una amiga suya, me dijo, pero sin mucha certeza, que ella creía que Clarisa se había enamorado de mí, y que por eso huyó, con la esperanza que la indiferencia nunca la abandonara, pues el amor es el arma más letal contra la indiferencia.
Por supuesto, me desilusioné mucho, pero después de quemar muchos libros de Caravaggio retomé la compostura.

Un día cualquiera, recibí por correo un retazo de cuero o de piel, no lo sé muy bien, con la imagen de Medusa, es decir, con la imagen del tatuaje de Clarisa, y en su parte posterior habían gotas rojas, como de sangre. Los bordes del retazo parecían mal cortados, como mordidos, algo que sugería la acción de un cuchillo.   


 La cabeza de Medusa. Caravaggio




martes, 16 de julio de 2013

Una breve historia familiar.

Hace ya unos años, unos años lejanos a eso de 1946 en el seno de una familia humilde, en un pueblo relativamente cercano a la gran ciudad, rodeado de sus hermanos y hermanas, nace un pequeño llamado Julián Gales.

No se sabía mucho de la historia de su juventud, salvo que era un niño serio y poco conversador, frío, calculador, hábil para los negocios y trabajador, características que sostendría toda la vida y que con el tiempo se convertiría en una persona rencorosa, enormemente rencorosa.

En su juventud conoce a una niña llamada Eugenia Olivera, una niña totalmente distinta a él. Cándida, amigable y conversadora, con unos ojos de un castaño vivo que la distinguían entre las demás en el pueblo, de una tez blanca y cabello ondulado, su aspecto en general era como de muñeca de porcelana. Julián estaba enamorado, y fue así como en medio del cortejo característico de las épocas de antaño, Julián y Eugenia se unieron en sagrado matrimonio muy jóvenes. Eran felices y nada se veía que los separaría.

Al cabo de poco tiempo, tuvieron a su primer hijo, Javier, un niño que sería igual a su padre, aunque un poco serio intentaba ser un poco más carismático y Julián se dio cuenta de que era momento de llevar a cabo el papel de hombre de la casa, trabajando arduamente en los campos del pueblo arando café y llevando en las noches la leche y comida a su hogar, mientras en su joven esposa cuidaba del pequeño niño, como era normal en aquellos años.

Poco tiempo después, la familia creció con la llegada de Ivone Gales, una niña que sería seria, parca y totalmente orgullosa, la primera mujer de la familia. A Julián le tocó subirse aún más los pantalones. Eran tiempos difíciles y tenía que exceder el sacrificio para darle lo mejor a su mujer y a sus hijos.

Como todo buen matrimonio, las discusiones no faltaban y el carácter de Julián junto con la indiferencia de Eugenia chocaban constantemente, generando deterioros en el amor que una vez juraron tener, pero al igual que se peleaban, se reconciliaban al cabo de unas horas.

Julián prosperó y se iba convirtiendo en uno de los personajes más ricos del pueblo, con más influencia política y al que muchas personas acudían en busca de favores, opiniones y consejos. Era saludado en las calles por todas las personas que pasaban por su lado con el nombre de Don Julián.

Durante unos largos años, Julián se estableció como un gran cafetero en el pueblo, y con el dinero ganado compró su primer finca cafetera, en honor a su madre difunta y las cosas cambiaron.

Julián siempre tuvo en la cabeza que las cosas no merecían la pena si no había esfuerzo de por medio, que lo fácil era algo sin sentido y que no tenía lugar en el mundo aquellos que no hacían nada con sus vidas, y su carácter se expandió por las laderas de aquellos verdes campos bañados de rayos de sol, rico en café y en alegría.

Fue en ese entonces, por la época del 70 donde nació el pequeño Julián Andrés, un niño que marcaría el paradigma de la familia, pues pasaría de ser una familia de rasgos toscos y serios, poco hablar y gran respeto, a ser una sonrisa y payasada constante. Todo un visionario y dichoso de la vida, sin temor a mostrar su pensamiento y marcar la diferencia. Era un amante de la música y con su guitarra y saxofón rodeaba la gran casa con todo tipo de melodías, desde hermosas nanas, un movido jazz, o incluso melodías un tanto más pesadas. Qué dolores de cabeza pasaron Julián y Eugenia por este muchacho, aunque sería un gran escape de la realidad lo que se venía.

Muy prontamente, al año siguiente, nacería Eugenia hija, y este es un punto crucial en la vida de Julián y Eugenia madre, puesto que esta sería su último bebé traído al mundo, y la familia estaba establecida ahora entre lo reconocido en el pueblo, poseían numerosas propiedades cafeteras y eran sociables ante la comunidad.

Eugenia hija era una niña cariñosa de gran carisma y una calidez humana exorbitante. Desbordaba amor con su mirada y su dulzura era magna entra las multitudes. Era adorable y querida por muchos de los que la conocían y siempre estuvo acompañando a su hermano Julián Andrés en sus locuras y fechorías por el pueblo, patrocinándole e incluso cubriéndole de muchas hazañas graciosas. Era inocente, sonreía todo el tiempo y consiguió enamorar a varios hombres en aquél lugar. Su calidad humana era de cantidades tremendas y siempre estaba dispuesta a ser un depósito de penas para sus amigos.

Conoció a un joven llamado Andrés Guerra, de carácter fuerte, impulsivo, competitivo, ingenuo e irresponsable, siempre buscaba pleito con cuanta persona se atravesaba en su camino, pero era más bien palabrería banal. Perro que ladra no muerde, decían por las calles. Tenía ojos castaños, piel morena y cejas gruesas. Ambos se enamoraron por cosas de la vida que suceden extrañamente, a pesar de que esto disgustaría a Don Julián y a Doña Eugenia, creando conflictos adolescentes y discusiones entre ellos por este noviazgo que para ellos resultaba aberrante. Pero Eugenia continuó y su felicidad no se describía con las palabras que aquí se relatan, era una adolescente con las hormonas a flor de piel y no tenía más que amor en corriendo por sus venas.           

Al cabo de unos años, los ojos del pueblo caerían encima de Eugenia hija, pues a temprana edad quedó embarazada y aquello fue un escándalo público, pues la vida, a pesar de ya estar en los años 90, era una vida un tanto retrógrada y los chismorreos en las iglesias, las plazas y las cantinas eran cosa común cada día, pero que la hija de Don Julián Gales estuviera embarazada a sus 15 años fue portentoso. Fue la primera vez que los hijos de Julián lo vieron borracho.

Don Julián hizo lo posible por aislar a su hija de Andrés, su ira no tenía límites y ver a este personaje que para él resultaba un simple individuo más, lo encolerizaba y le hacía encharcar los ojos en sangre. Pero Don Julián era un hombre inteligente y optaba por usar el poder de sus palabras para hacer la vida imposible a quien interfiriera en sus objetivos.

Curiosamente, Eugenia hija tenía más miedo de su padre que de su madre, pero se tornó en un asunto distinto y fue su padre quien al verla con el vientre prominente, la abrazó y le dijo que ahí estaría. Y así fue, le proporcionó a su hija cuanta comodidad pudo y se puso ansioso por la llegada de su nieto, su estómago se retorcía de felicidad al saber que cada vez estaba más cerca. Ese era Don Julián, el padre que luchó por sus hijos, su mujer y sus ideales.

Eugenia hija pasaba tiempo pensando en su bebé, pensando en su futuro. En las noches, acariciaba su vientre para sentir unas pataditas de vuelta a ella. El amor que desarrolló por esa criatura era inhumano y estaba dispuesta a sobrepasar la duda, las opiniones descarriadas de las personas y sobre todas las cosas, abortar.

…Al siguiente año, en 1994, en el seno de una familia poderosa, en un pueblo relativamente cercano a la gran ciudad, rodeado de sus tíos, amigos de la familia, sus abuelos y su madre, nace Federico Guerra Gales, la luz de los ojos de su abuelo Julián.

Julián estaba completo. Toda su vida trabajó para tener una familia, para tener un hogar y tener amor. Los años siguientes fueron dichosos para la familia entera, viendo crecer de a poco al pequeño Federico, que paulatinamente iba cambiando su aspecto, pero que en su cara nunca faltó una sonrisa. Disfrutaba los baños y estar al sol en el regazo de su abuela, era un bebé callado, tranquilo y pocas veces se le oía llorar. “No despierten al nene”, decía siempre su abuela cuando cualquier ruido irrumpía el silencio de la casa, aunque lo cierto es que el pequeño pasaba por desapercibido cuanto ruido pasara por encima de su sueño.
Al crecer un poco, pasaba tiempo con todos. Federico gateaba de un lado a otro persiguiendo a todo aquel que le mostrara un jugueteo infantil y parecía no tener agotamiento nunca.

Federico pasaba noches escuchando a su tío desprender notas musicales por la habitación y lo perseguía para tocar su guitarra, sonriendo ambos y jugando como si fueran hermanos, la música sería el vínculo que los uniría siempre.

Años más tarde, Julián Andrés partió a Estados Unidos pronto para quedarse, cosa que igualmente haría Javier para escapar de los problemas matrimoniales de Don Julián y 
Doña Eugenia y las presiones del negocio familiar.

En cuanto a Don Julián, siempre compartía con su nieto, lo llevaba por los cafetales, montaban a caballo juntos por las veredas cercanas a la finca, las sonrisas eran permanentes y Federico disfrutaba los paseos por las calles con su abuelo, le gustaba saludar a la gente con una sonrisa siempre en la boca. “Es igual a su padre”, decían las personas, mientras a Julián se le formaba una mueca de indiferencia, pero que prontamente era reemplazada por la dicha de su nieto.

Poco tiempo después, Federico y su madre partieron a la ciudad, pues su madre iniciaría sus estudios universitarios, cosa que impartiría un tanto de tristeza, sobre todo para Don Julián, que se hacía viejo y cada vez temía más por perder el amor de sus seres queridos.

Federico creció en la ciudad con su madre y a medida que iba encontrando amigos, se fue apartando de su abuelo. Quería hacer una vida allí y buscar el propósito de lo que debía realizar en la vida, pero su abuelo cada noche le recordaba que sería él el sucesor de su trabajo, que sería él quien continuara su obra, a lo que Federico siempre respondía: No sé. Esta idea lo agobiaba el juicio y lo angustiaba de no tener la opción de encontrar un querer en lo que llevaba y faltaba de su vida. No se veía como un hombre de campo. Soñaba surcar  los cielos como un superhéroe, pintar las montañas en trozos de papel, tocar el piano, la guitarra, leer, ir al espacio exterior y regresar con una roca lunar a la cama de su madre mientras dormía. La herencia que tenía era enorme por parte de su abuelo y temía que este lo desaprobara.

Federico llegó a preguntarse por su padre, pues había pasado 8 años sin conocerlo y siempre tuvo el cuestionamiento, sobre todo en el jardín de niños,  de por qué todos sus compañeros eran recogidos por dos personas, mientras que a él solo lo recogía su madre. ¿Era que su padre no lo quería? ¿Había muerto? O ¿Era cierto el mito de la cigüeña que tanto veía en las caricaturas de la noche? No lo sabía, aunque llegó a conocerlo un año, un suceso inesperado sembró una semilla de rencor en Federico y sin temblor en la voz, al cumplir 9 años, sacó a su padre de su vida.

El distanciamiento con sus abuelos fue cada vez mayor y Federico ya convertido en un adolescente comenzó a mostrar el carácter que había heredado de Andrés, un carácter fuerte y desafiante que puso en jaque a mucha parte de la familia, pues su irreverencia no tenía control, era negligente y necio. Cualquier frase le destripaba el juicio, le hacía expulsar la ira que sentía y pelear sin motivo alguno.

Pero su madre conoce a una nueva persona, Armando Villada y al ser feliz nuevamente, se unen en matrimonio para luego tener a su pequeña hija, Juana. La primera nieta. Federico se sentía iluminado y lleno de amor por esta pequeña criatura que marcaría su vida para siempre. Deseaba abrazarla, protegerla, hacerla sonreír y estar siempre a su lado. Federico dejó la rabia sin motivo a un lado.

Tiempo después, con ya la mayoría de edad, Federico se percata de las disputas que sus abuelos llevan a cabo cada que no están sus hijos ni sus nietos cerca, peleas estúpidas sin razón de ser y se da cuenta de lo que su abuelo hizo para evitar que conociera a su padre, que tuviera un contacto con él. Toda la vida pensó que su padre lo había abandonado al saber que su madre estaba embarazada, pero lo cierto es que lo intentó y al ser opacado, se fue.

Julián era manipulador y clavaba puñaladas por las espaldas de quien no compartía sus ideales ni sus pensamientos banales, se convirtió en una persona intolerante y desafiante, con comentarios hirientes a su propia familia y con la autoridad subida a la cabeza. Los años dorados se fueron y Federico no sabía qué pensar.

Su abuela, Eugenia se acercó una noche a él preguntándole qué quería comer, para luego romper en llanto rogándole que la llamara, pues se quedaría sola en esa casa tan grande. Federico no sabía qué decir, ni qué pensar y abrazó a su abuela. Estaba herido y tenía ira, tenía ira de saber que toda su vida estuvo a la sombra de todo y que los ideales de la familia no existían más, que todo era una contradicción, un secreto. ¿Es acaso normal guardar secretos en las familias?, en esta había miles escondidos tras los muros de la casa del pueblo.

Su figura paterna, aquel hombre que antaño admiraba y lo miraba con felicidad se convirtió en un hombre débil y temeroso, temeroso de perder a su familia y que en cuestión de tiempo, la fue alejando de a poco. La gran familia se estaba quebrando.

Federico, en su escritorio, escribía la historia de su familia, mientras en la sala de su casa, su madre discutía sobre los anhelos de Julián de separarse de Eugenia.

Unicornio


Ésta es la historia de un unicornio. Pero, ¿qué es un unicornio? Bueno, debo ser sincero, no sé la genealogía exacta de los unicornios, únicamente puedo decir que es una de esas extrañas invenciones de los seres humanos. Es una criatura que solo cabe en la imaginación de los hombres, como por ejemplo, las legendarias bestias de la mitología griega. Seguramente este animal, parecido a un caballo y con un prominente cuerno, ha servido para explicar y representar lo incomprensible y enigmático, o incluso para engrandecer mitos e historias populares. De hecho, existen muchas otras criaturas como los unicornios; por ejemplo: el pegaso, el cancerbero, la hidra, el kakren, la quimera, el cíclope, el centauro, las sirenas o, incluso, el mismo Dios.
La historia no es exactamente sobre el unicornio, si no sobre su cuerno, lo que realmente lo hace especial:

El calor era insoportable, Isidoro y Altea estaban sentados en una tienda bajo la sombra que proyectaba una pequeña sombrilla, lo cual los obligaba a estar muy cerca del otro, y a pesar de ser un amoroso matrimonio, el sofocante bochorno hacia odiar cualquier contacto o roce entre ambos. La sabana africana era implacable, la vegetación lucía perfectamente dorada por los rayos del sol, y ni la bebida fría que les había propiciado la nativa que atendía en el lugar, lograba apaciguar el asfixiante calor.

-      Esto es un paraíso. –dijo Altea.
-      Un paraíso con fachada de infierno. –dijo irónicamente Isidoro
-      No te quejes tanto Isidoro, pronto estaremos en el frío glacial de casa.
-      ¿Frío glacial? De dónde sacas esas combinaciones de palabras tan extrañas. –dijo Isidoro entre risas.
-      ¿Y qué importa eso? Disfruta los instantes que estamos fuera de todo.
-      ¿Fuera de todo? ¿Qué todo?
-      La cotidianidad, tonto. –dijo dulcemente Altea.
-      ¡Ah! Bueno, yo no me aguanto más éste calor, el sol debería tener un interruptor o algo así.
-      Qué sandeces las que dices a veces.
-      Por eso me amas, ¿no?
-      ¡Isidoro, mira a esa mujer! ¿Qué lleva en la frente? –gritó la mujer.
-      Parece una protuberancia. Como una especie de cuerno, como el de un rinoceronte, ¿sabes?
-      No Isidoro, no es el cuerno de un rinoceronte, es el cuerno de un unicornio. –dijo airadamente Altea.
-      ¿Un unicornio Altea? Pero qué necedad la que dices, los unicornios no existen, los rinocerontes sí, tiene en la frente un cuerno de rinoceronte.
-      No seas sandio Isidoro, tú no ves a Dios, pero hablas de él y utilizas cosas que se le atribuyen para argumentar o refutar. Para mí, es el cuerno de un unicornio.
-      Es muy diferente Altea, no vengas con tus meditaciones y conjeturas filosóficas. Además, Dios es mucho más que un simple unicornio. – replicó Isidoro.
-      Qué tontería Isidoro, yo pensaba que lo importante era esa extraña e innatural forma que se extiende de la cabeza de esa pobre mujer.

El calor seguía sofocando sus pensamientos. El roce de sus cuerpos era insoportable.



lunes, 15 de julio de 2013

Ciclos

Ir tras anhelados palacios, repletos de codiciadas fortunas, y encontrar ilusorios vestigios, salas profanadas y saqueadas, escombros de la edificación y rastros de un cruento despojo, es una decepción irrefutable.
La sangre empieza a hervir, la ira se apodera de la prudencia y la razón, encegueciendo al aventurero y envolviéndolo en un profundo desasosiego.
Esa zozobra y desazón evocan posibles imágenes de los bandidos que antes estuvieron allí. Y maldiciéndolos entre dientes, un profundo deseo, con consecuencias mortíferas en los canallas, se adueña con vehemencia hasta de las almas más caritativas
Las cavilaciones sobre qué camino tomar, la encrucijada que se produce en este punto, se convierte en una elucubración infundada. Esas disquisiciones sugieren que al palacio entraron con el consentimiento de alguien, bajo la buena mirada del posible dueño de las riquezas, o por lo menos insinúa que se conocía de cerca con los delincuentes.
Eso me hace, de cierta manera, un nuevo rufián. ¿Qué hacía yo en ese palacio? ¿Por qué me percaté de la falta de las riquezas?
Reconstruiré el palacio, lo adornaré con alhajas y dejaré repletas las salas con los tesoros que antes fueron robados. Complaceré al dueño del palacio y traeré regocijo a su vida.
¿No es el amor éste ciclo? Un mítico uróboros, una perfecta esfericidad, unas “Ruinas circulares”, una “Continuidad de los parques”, un eterno devenir, un círculo vicioso. Llegamos, amamos, nos vamos, despojamos y arribamos a nuevos palacios. Afortunadamente, con la vaga intención de perdurar infinitamente, aunque no siempre se cumpla. 






miércoles, 3 de julio de 2013

Tus latidos.

Tú qué estás a la deriva en este mundo, tú que tienes el corazón astillado y enmarcado en letras doradas por las nubes que surcaron ante tus ojos y que tus latidos no paran esa constante presión que te hace embaucar las almas ajenas.

Tú, que escapando de casa sentías los días largos y llenos de color, querías cruzar mares, desiertos, praderas, campos de flores, el mundo entero, el universo y con ello robarte el sol. ¡El sol!, querías robar la luz y la belleza de la humanidad. ¿Para qué si ya eres palabra transformada en carne?

Pero a quién engañaremos con esta fachada, si esto es solo una parte de tu mente. Eres una lluvia de confusión y un alma partida en mil pedazos, sin lugar, sin hogar al qué ir. Eres Paul Verlaine en medio de la perversidad de Arthur Rimbaud y el angelical y transparente amor de Mathilde. Tus latidos están maldecidos por la indecisión, destinados a vagar en el oscuro futuro por los incontrolables impulsos de tu infernal falta de voluntad. Esa fachada ha conocido el infierno y ha roto en llanto más que sonrisas ha dado.


Y yo desde la mesa de la esquina mirando tu actuar despreocupado, mirando el miedo tras la sonrisa y el llanto tras la risa, viendo la piel blanca estallar en pavor mientras los vellos de punta se ponen, mientras la luna ilumina a lo lejos tu llamado de muerte, incitando a tus latidos detenerse abruptamente y para siempre dormir.