Hace ya unos años, unos años
lejanos a eso de 1946 en el seno de una familia humilde, en un pueblo
relativamente cercano a la gran ciudad, rodeado de sus hermanos y hermanas,
nace un pequeño llamado Julián Gales.
No
se sabía mucho de la historia de su juventud, salvo que era un niño serio y
poco conversador, frío, calculador, hábil para los negocios y trabajador,
características que sostendría toda la vida y que con el tiempo se convertiría
en una persona rencorosa, enormemente rencorosa.
En
su juventud conoce a una niña llamada Eugenia Olivera, una niña totalmente
distinta a él. Cándida, amigable y conversadora, con unos ojos de un castaño
vivo que la distinguían entre las demás en el pueblo, de una tez blanca y
cabello ondulado, su aspecto en general era como de muñeca de porcelana. Julián
estaba enamorado, y fue así como en medio del cortejo característico de las
épocas de antaño, Julián y Eugenia se unieron en sagrado matrimonio muy
jóvenes. Eran felices y nada se veía que los separaría.
Al
cabo de poco tiempo, tuvieron a su primer hijo, Javier, un niño que sería igual
a su padre, aunque un poco serio intentaba ser un poco más carismático y Julián se dio
cuenta de que era momento de llevar a cabo el papel de hombre de la casa,
trabajando arduamente en los campos del pueblo arando café y llevando en las
noches la leche y comida a su hogar, mientras en su joven esposa cuidaba del
pequeño niño, como era normal en aquellos años.
Poco
tiempo después, la familia creció con la llegada de Ivone Gales, una niña que
sería seria, parca y totalmente orgullosa, la primera mujer de la familia. A
Julián le tocó subirse aún más los pantalones. Eran tiempos difíciles y tenía
que exceder el sacrificio para darle lo mejor a su mujer y a sus hijos.
Como
todo buen matrimonio, las discusiones no faltaban y el carácter de Julián junto
con la indiferencia de Eugenia chocaban constantemente, generando deterioros en
el amor que una vez juraron tener, pero al igual que se peleaban, se
reconciliaban al cabo de unas horas.
Julián
prosperó y se iba convirtiendo en uno de los personajes más ricos del pueblo,
con más influencia política y al que muchas personas acudían en busca de favores,
opiniones y consejos. Era saludado en las calles por todas las personas que
pasaban por su lado con el nombre de Don Julián.
Durante
unos largos años, Julián se estableció como un gran cafetero en el pueblo, y
con el dinero ganado compró su primer finca cafetera, en honor a su madre
difunta y las cosas cambiaron.
Julián
siempre tuvo en la cabeza que las cosas no merecían la pena si no había
esfuerzo de por medio, que lo fácil era algo sin sentido y que no tenía lugar
en el mundo aquellos que no hacían nada con sus vidas, y su carácter se
expandió por las laderas de aquellos verdes campos bañados de rayos de sol,
rico en café y en alegría.
Fue
en ese entonces, por la época del 70 donde nació el pequeño Julián Andrés, un
niño que marcaría el paradigma de la familia, pues pasaría de ser una familia
de rasgos toscos y serios, poco hablar y gran respeto, a ser una sonrisa y
payasada constante. Todo un visionario y dichoso de la vida, sin temor a
mostrar su pensamiento y marcar la diferencia. Era un amante de la música y con
su guitarra y saxofón rodeaba la gran casa con todo tipo de melodías, desde
hermosas nanas, un movido jazz, o incluso melodías un tanto más pesadas. Qué
dolores de cabeza pasaron Julián y Eugenia por este muchacho, aunque sería un
gran escape de la realidad lo que se venía.
Muy prontamente, al año siguiente, nacería Eugenia hija, y este es un punto
crucial en la vida de Julián y Eugenia madre, puesto que esta sería su último
bebé traído al mundo, y la familia estaba establecida ahora entre lo reconocido
en el pueblo, poseían numerosas propiedades cafeteras y eran sociables ante la
comunidad.
Eugenia
hija era una niña cariñosa de gran carisma y una calidez humana exorbitante.
Desbordaba amor con su mirada y su dulzura era magna entra las multitudes. Era
adorable y querida por muchos de los que la conocían y siempre estuvo
acompañando a su hermano Julián Andrés en sus locuras y fechorías por el
pueblo, patrocinándole e incluso cubriéndole de muchas hazañas graciosas. Era
inocente, sonreía todo el tiempo y consiguió enamorar a varios hombres en aquél
lugar. Su calidad humana era de cantidades tremendas y siempre estaba dispuesta
a ser un depósito de penas para sus amigos.
Conoció
a un joven llamado Andrés Guerra, de carácter fuerte, impulsivo, competitivo,
ingenuo e irresponsable, siempre buscaba pleito con cuanta persona se
atravesaba en su camino, pero era más bien palabrería banal. Perro que ladra no
muerde, decían por las calles. Tenía ojos castaños, piel morena y cejas
gruesas. Ambos se enamoraron por cosas de la vida que suceden extrañamente, a
pesar de que esto disgustaría a Don Julián y a Doña Eugenia, creando conflictos
adolescentes y discusiones entre ellos por este noviazgo que para ellos
resultaba aberrante. Pero Eugenia continuó y su felicidad no se describía con
las palabras que aquí se relatan, era una adolescente con las hormonas a flor
de piel y no tenía más que amor en corriendo por sus venas.
Al
cabo de unos años, los ojos del pueblo caerían encima de Eugenia hija, pues a
temprana edad quedó embarazada y aquello fue un escándalo público, pues la
vida, a pesar de ya estar en los años 90, era una vida un tanto retrógrada y
los chismorreos en las iglesias, las plazas y las cantinas eran cosa común cada
día, pero que la hija de Don Julián Gales estuviera embarazada a sus 15 años
fue portentoso. Fue la primera vez que los hijos de Julián lo vieron borracho.
Don
Julián hizo lo posible por aislar a su hija de Andrés, su ira no tenía límites
y ver a este personaje que para él resultaba un simple individuo más, lo encolerizaba
y le hacía encharcar los ojos en sangre. Pero Don Julián era un hombre
inteligente y optaba por usar el poder de sus palabras para hacer la vida
imposible a quien interfiriera en sus objetivos.
Curiosamente,
Eugenia hija tenía más miedo de su padre que de su madre, pero se tornó en un
asunto distinto y fue su padre quien al verla con el vientre prominente, la
abrazó y le dijo que ahí estaría. Y así fue, le proporcionó a su hija cuanta
comodidad pudo y se puso ansioso por la llegada de su nieto, su estómago se
retorcía de felicidad al saber que cada vez estaba más cerca. Ese era Don
Julián, el padre que luchó por sus hijos, su mujer y sus ideales.
Eugenia
hija pasaba tiempo pensando en su bebé, pensando en su futuro. En las noches,
acariciaba su vientre para sentir unas pataditas de vuelta a ella. El amor que desarrolló
por esa criatura era inhumano y estaba dispuesta a sobrepasar la duda, las
opiniones descarriadas de las personas y sobre todas las cosas, abortar.
…Al
siguiente año, en 1994, en el seno de una familia poderosa, en un pueblo
relativamente cercano a la gran ciudad, rodeado de sus tíos, amigos de la
familia, sus abuelos y su madre, nace Federico Guerra Gales, la luz de los ojos
de su abuelo Julián.
Julián
estaba completo. Toda su vida trabajó para tener una familia, para tener un
hogar y tener amor. Los años siguientes fueron dichosos para la familia entera,
viendo crecer de a poco al pequeño Federico, que paulatinamente iba cambiando
su aspecto, pero que en su cara nunca faltó una sonrisa. Disfrutaba los baños y
estar al sol en el regazo de su abuela, era un bebé callado, tranquilo y pocas
veces se le oía llorar. “No despierten al nene”, decía siempre su abuela cuando
cualquier ruido irrumpía el silencio de la casa, aunque lo cierto es que el
pequeño pasaba por desapercibido cuanto ruido pasara por encima de su sueño.
Al
crecer un poco, pasaba tiempo con todos. Federico gateaba de un lado a otro
persiguiendo a todo aquel que le mostrara un jugueteo infantil y parecía no
tener agotamiento nunca.
Federico
pasaba noches escuchando a su tío desprender notas musicales por la habitación
y lo perseguía para tocar su guitarra, sonriendo ambos y jugando como si fueran
hermanos, la música sería el vínculo que los uniría siempre.
Años
más tarde, Julián Andrés partió a Estados Unidos pronto para quedarse, cosa que
igualmente haría Javier para escapar de los problemas matrimoniales de Don
Julián y
Doña Eugenia y las presiones del negocio familiar.
En
cuanto a Don Julián, siempre compartía con su nieto, lo llevaba por los
cafetales, montaban a caballo juntos por las veredas cercanas a la finca, las
sonrisas eran permanentes y Federico disfrutaba los paseos por las calles con
su abuelo, le gustaba saludar a la gente con una sonrisa siempre en la boca.
“Es igual a su padre”, decían las personas, mientras a Julián se le formaba una
mueca de indiferencia, pero que prontamente era reemplazada por la dicha de su
nieto.
Poco
tiempo después, Federico y su madre partieron a la ciudad, pues su madre
iniciaría sus estudios universitarios, cosa que impartiría un tanto de
tristeza, sobre todo para Don Julián, que se hacía viejo y cada vez temía más
por perder el amor de sus seres queridos.
Federico
creció en la ciudad con su madre y a medida que iba encontrando amigos, se fue
apartando de su abuelo. Quería hacer una vida allí y buscar el propósito de lo
que debía realizar en la vida, pero su abuelo cada noche le recordaba que sería
él el sucesor de su trabajo, que sería él quien continuara su obra, a lo que Federico
siempre respondía: No sé. Esta idea lo agobiaba el juicio y lo angustiaba de no
tener la opción de encontrar un querer en lo que llevaba y faltaba de su vida.
No se veía como un hombre de campo. Soñaba surcar los cielos como un superhéroe, pintar las
montañas en trozos de papel, tocar el piano, la guitarra, leer, ir al espacio
exterior y regresar con una roca lunar a la cama de su madre mientras dormía.
La herencia que tenía era enorme por parte de su abuelo y temía que este lo
desaprobara.
Federico
llegó a preguntarse por su padre, pues había pasado 8 años sin conocerlo y
siempre tuvo el cuestionamiento, sobre todo en el jardín de niños, de por qué todos sus compañeros eran
recogidos por dos personas, mientras que a él solo lo recogía su madre. ¿Era
que su padre no lo quería? ¿Había muerto? O ¿Era cierto el mito de la cigüeña que
tanto veía en las caricaturas de la noche? No lo sabía, aunque llegó a
conocerlo un año, un suceso inesperado sembró una semilla de rencor en Federico
y sin temblor en la voz, al cumplir 9 años, sacó a su padre de su vida.
El
distanciamiento con sus abuelos fue cada vez mayor y Federico ya convertido en
un adolescente comenzó a mostrar el carácter que había heredado de Andrés, un
carácter fuerte y desafiante que puso en jaque a mucha parte de la familia,
pues su irreverencia no tenía control, era negligente y necio. Cualquier frase
le destripaba el juicio, le hacía expulsar la ira que sentía y pelear sin
motivo alguno.
Pero
su madre conoce a una nueva persona, Armando Villada y al ser feliz nuevamente,
se unen en matrimonio para luego tener a su pequeña hija, Juana. La primera
nieta. Federico se sentía iluminado y lleno de amor por esta pequeña criatura
que marcaría su vida para siempre. Deseaba abrazarla, protegerla, hacerla
sonreír y estar siempre a su lado. Federico dejó la rabia sin motivo a un lado.
Tiempo
después, con ya la mayoría de edad, Federico se percata de las disputas que sus
abuelos llevan a cabo cada que no están sus hijos ni sus nietos cerca, peleas
estúpidas sin razón de ser y se da cuenta de lo que su abuelo hizo para evitar
que conociera a su padre, que tuviera un contacto con él. Toda la vida pensó
que su padre lo había abandonado al saber que su madre estaba embarazada, pero
lo cierto es que lo intentó y al ser opacado, se fue.
Julián
era manipulador y clavaba puñaladas por las espaldas de quien no compartía sus
ideales ni sus pensamientos banales, se convirtió en una persona intolerante y
desafiante, con comentarios hirientes a su propia familia y con la autoridad
subida a la cabeza. Los años dorados se fueron y Federico no sabía qué pensar.
Su
abuela, Eugenia se acercó una noche a él preguntándole qué quería comer, para
luego romper en llanto rogándole que la llamara, pues se quedaría sola en esa
casa tan grande. Federico no sabía qué decir, ni qué pensar y abrazó a su
abuela. Estaba herido y tenía ira, tenía ira de saber que toda su vida estuvo a
la sombra de todo y que los ideales de la familia no existían más, que todo era
una contradicción, un secreto. ¿Es acaso normal guardar secretos en las
familias?, en esta había miles escondidos tras los muros de la casa del pueblo.
Su
figura paterna, aquel hombre que antaño admiraba y lo miraba con felicidad se
convirtió en un hombre débil y temeroso, temeroso de perder a su familia y que
en cuestión de tiempo, la fue alejando de a poco. La gran familia se estaba
quebrando.
Federico,
en su escritorio, escribía la historia de su familia, mientras en la sala de su
casa, su madre discutía sobre los anhelos de Julián de separarse de Eugenia.