Para muchos, el señor Daba nunca existió.
Simplemente fue una historia de pueblo, una leyenda o un mal recuerdo. A Daba
lo quisieron eliminar de la Historia de mi país, pero no lo lograron. Mientras
yo exista y su recuerdo esté vivo en mí, el señor Daba no morirá, aunque nadie
más haga el esfuerzo por intentar recordarlo, o al menos leerlo.
Creo que eso es lo que más me ha dolido, que
el país no reconozca su labor, su amor por nuestra tierra, su amor a los
campesinos y a las miles de montañas a las cuales le escribió poemas. Por eso
tuve que correr, tuve que huir de aquel país que no quiero recordar su nombre,
no soporté esa indiferencia. Utilicé todos los medios y todas las herramientas
para avivar la llama de la vida del señor Daba, pero simplemente no lo logré,
nadie quiso y no me lo permitieron.
Yo vivía en ese tiempo en el pueblo de Villa
Hermosa, un pueblo muy tranquilo, donde se respiraba un ambiente familiar y
pacífico. El pueblo quedaba en una región fría en el suroccidente de mi país
natal, el cual, como ya lo dije, no quiero recordar su nombre. En ese remoto
pueblo, vivían alrededor de 50 familias campesinas y entre ellas estaba la
familia del señor Daba. La casa del señor quedaba en la plaza central, a dos
cuadras de la mía. Daba poseía una de las casas más hermosas del pueblo, la
casa tenía uno de los balcones más llamativos y hermosos. Los turistas que iban
a Villa Hermosa quedaban encantados con las orquídeas lilas y blancas que
sobresalían de su balcón. El señor Daba se sentaba ahí todos las tardes junto a
su esposa a tomar el café y antes de que se acabara el día y con un librito en
la mano, declamaba uno o dos poemas.
Él era un afamado escritor que había
publicado libros sobre los campesinos en el país, y sus historias reivindicaban,
a través de la Literatura, la posición social de estos seres tan menospreciados
en ese tiempo. El señor Daba le daba a sus personajes mágicas características
que únicamente conseguían a través de acariciar la tierra y besarla todos los
días. Para Daba, existían miles de quijotes y siempre lo decía, reconocía y
escribía. Por eso lo querían tanto en Villa Hermosa.
Sin embargo, Villa Hermosa no fue siempre
territorio pacífico. Un día, sin previo aviso, llegaron al menos 100 hombres
vestidos de camuflado y con fusiles en sus manos, y según ellos eran enviados
del gobierno que anunciaban restablecer el orden en nuestro pueblo, y que para
eso debían “liquidar” a todos los traidores de la patria, a todos aquellos que
de manera directa o indirecta han incitado a la revolución comunista.
Durante una larga semana, aquellos hombres
empezaron a juntar a todos los líderes campesinos y sindicales del pueblo en la
Alcaldía y los tuvieron encerrados allí hasta un domingo en la tarde.
A las 4 de la tarde, un domingo 18 de abril,
los recluidos salieron de la Alcaldía con una funda negra que les cubría la
cabeza y con una soga que les abrazaba el cuello. Los camuflados los hicieron
caminar hasta el centro de la plaza pública, donde al mejor estilo de la
Revolución Francesa, empezaron a ejecutar uno por uno en una guillotina muy
rudimentaria. Todos los habitantes de Villa Hermosa presenciaron el hecho,
todos estaban petrificados, el miedo los embargaba, y mientras la sangre y las
cabezas empezaban a escurrirse por la calle, el capitán de los hombres arengaba
levantando orgulloso su fusil.
Después de varias víctimas, el señor Daba se
asomó en su balcón y empezó a insultar a los hombres, los calificaba
peyorativamente de “paracos” y les ordenaba entre gritos que dejaran tranquilos
a los campesinos. El jefe que estaba arengando se puso rojo de rabia y le dijo
a Daba que él era el último comunista que iba a habitar Villa Hermosa, mientras
le hacía señas a sus hombres para que irrumpieran en la casa. Al señor Daba lo
sacaron a empujones de su hogar. Él nunca dejó de gritar y de pedir por los campesinos.
Mientras recuerdo al queridísimo señor Daba,
desde un remoto lugar del universo, se me escurren las lágrimas, cuando todavía
siento que fue ayer, cuando su cabeza rodaba hasta mis pies.