Mientras Kalyna
juega con sus amigos en el parque, Fedir, su padre, se sienta en una silla
cercana a leer la prensa del día de hoy. Es 25 de abril y aún no sabe qué dar a
su hija para su cumpleaños al día siguiente.
Pertenecen a una
familia acomodada, aunque de vez en cuando, tenían dificultades económicas que
ponían a Fedir en estados de estrés un tanto elevados, y hasta en depresión. A
pesar de esto, nunca mostró una lágrima a su hija, sino sus blancos dientes en
señal de sonrisa y tranquilidad, cualidad que Kalyna heredó de su padre.
Después de una hora,
Fedir y Kalyna vuelven caminando juntos a casa, tomados de la mano, mientras
Kalyna infantilmente da saltitos de alegría porque se avecina su cumpleaños
número 7. Mira a su padre y le pregunta qué será su regalo. Su padre se
estremece, pero sonríe y le dice que será una sorpresa.
Kalyna era más
cercana a su padre que a su madre, a pesar de verlo poco en el día debido a su
trabajo de vigilante diurno, pero había heredado la hospitalidad que de su
madre y que los Ucranianos acostumbraban a tener en sus características, además
de su nobleza y optimismo.
Al llegar a casa, la
madre de Kalyna la recibe con un pequeño postre como abrebocas para su
cumpleaños. Su cubierta era rosa y tenía una pequeña vela con el número 7
encima. Ella sonríe y abraza a sus padres, mientras los llena de besos. A pesar
de su corta edad, Kalyna sabe la dificultad que deben pasar sus padres para darle
a ella lo que desea pero, aún así, las gracias siempre están en su boca.
Esa noche, Kalyna
duerme plácidamente, mientras Fedir está sentado sobre su cama con las manos en
la cabeza, desconcertado por el regalo de su hija. Pensaba en levantarse a
primera hora y salir a buscar algo antes de que ella despertara.
A eso de la una de
la mañana, hay un fuerte estallido a lo lejos. Fedir sale de su habitación a
revisar que Kalyna siguiera en su sueño, y al cerciorarse de ello, se asoma a
la ventana y ve a lo lejos una gran nube de humo. “¿Podría haber sido
una bomba?”, se pregunta Fedir mientras mira detenidamente. Lo sabría al día
siguiente, cuando preguntara a los vecinos si sabían.
Al despertar, hay
una muchedumbre afuera. Fedir sale de su casa y nota en el aire una sensación
metálica que se extiende por el cielo. El ambiente está tenso y todos se miran trastornados,
con el miedo brotando en cada poro de sus pieles.
Fedir mira al lugar
de la explosión que vio la noche anterior. Sus pies por poco dejan de aguantar
su peso y el temor se extiende por sus extremidades. Mira atrás y ve que en la
ventana, Kalyna lo mira con ojos curiosos.
Entra en la sala y
dice a su esposa que deben empacar e irse. Ella asustada, le pregunta qué
sucede, pero Fedir responde a la ligera, sin mirarla a los ojos y repite que
deben empacar e irse cuanto antes.
Sube por Kalyna a su
habitación, la toma de la mano y ella sacudida por el miedo trata de frenarlo
para tomar su muñeca preferida, pero su padre la arrastra con fuerza y la
sienta en el sofá de la sala. Las mira a ambas y dice que volverá en unos
minutos y sale por la puerta.
Varios adultos se
congregan y se disponen a dar un pequeño vistazo a lo ocurrido, así que caminan
a través de los pastos para acercarse un poco más a la humareda que obstruye el
sol en el cielo.
A lo lejos, las sirenas
comienzan a escucharse, los helicópteros surcan el cielo por encima de las
cabezas y se dirigen al creciente humo que el curioso grupo de hombres tiene en
frente.
Las sirenas se hacen
cada vez más fuertes y las autoridades arriban para evacuar el lugar. Fedir
mira a lo lejos y corre de vuelta a casa para ser evacuado con su familia. Todo
el pueblo rompe en caos.
Al llegar con el
aliento a rastras, ve que su hija y su mujer están siendo montadas a un camión.
Corre tras ellas y un oficial le detiene, lo mira a los ojos y dice: “Es usted
o la niña”. Fedir se retira y deja que su hija se quede a bordo del camión,
mientras ella grita frenéticamente.
De alguna manera,
tenía la impresión que por la mirada de aquel hombre corpulento no iban a
volver, pues veía unos cuantos hombres montados en algunos camiones a los que
no se les hizo la misma desagradable propuesta que a él.
Kalyna gritaba y
lloraba en el camión, su madre la agarraba de la cintura y los brazos para evitar
que se bajara. Fedir rompió a llorar y entendió que el regalo de cumpleaños a
su hija estaba hecho: le regalaría la vida, una vez más.
Fedir entró en la
sala de su casa, donde ya era difícil ver por la nubosidad tóxica que rodeaba
el aire. Sabía que los humos de Chernóbil destruirían su vida en poco tiempo y
que nadie iría a socorrerlo de tan fatal destino.
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