martes, 22 de abril de 2014

El hombre del piano.

El piano sonaba melodiosamente en la colina más alta de un pueblo. Un bello lamento se deslizaba por el aire hasta llegar a los oídos de quiénes se aproximaban a la mansión; un sonido armonioso que se había escuchado en el los habitantes durante meses y que cobró fama de prodigio extendiéndose por el valle y llegando a oídos de pueblos vecinos que no se explicaban la razón de ello. El producto de sus notas era desconocido para aquellos curiosos que se derretían en placer al ser testigos de tan agradable música y solo se podían limitar a deleitarse con la virtuosidad del músico que daba vida al piano.

El hombre tocaba y tocaba y sus dedos no parecían entumirse. Día y noche, las teclas retumbaban por las paredes mientras el cálido sol se asomaba cada mañana en el horizonte y daba la bienvenida a la penumbrosa media luna que salía acurrucada en un mantel de estrellas. Era bello.

“¿Qué será lo que inspira a tal hombre a tocar sin detenerse?, ¿Comerá? O ¿Acaso tendrá el pelo hasta las rodillas, y las uñas de 3 metros?” Eran pensamientos vagos e ingenuos de los pueblerinos que mitificaban la permanente estadía del hombre en su mansión, aún amenizados por sus hermosas notas flotantes.

Las tardes eran más encantadoras al son de su música. Aquellas en que las personas se sentaban en la plaza a tomar un café, mientras conversan prudentemente se hacían más emotivas, más dramáticas e impulsadas a tomar un rumbo alegre y carente de agresiones. Era su música lo que convertía a los pueblerinos en gatos dóciles, sonrientes y perezosos.

Pero más allá de las puertas por las que las notas escapaban, a través de un vestíbulo que daba salida a un gran comedor donde había puesto para al menos 20 personas, siguiendo por unas espaciosas escaleras, en la habitación del fondo a mano derecha de la mansión, se encontraba sentado en el banco un hombre que tocaba el piano, que emitía un lamento bello con un corte espectral día y noche sin parar, intentando devolverle con sus notas la vida al cadáver de su amada mujer que yacía en la cola del piano, pálida y con los ojos en blanco.

No hay comentarios:

Publicar un comentario